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Boris Pasternak

Algunas posiciones. Borís Pasternak

boris-pasternakLes presentamos un ensayo sobre la naturaleza y la metafísica del arte, escrito por el gran poeta y narrador ruso Borís Pasternak, galardonado con el Premio Nobel en 1958. En México, el ensayo fue publicado en la antología Paisaje caprichoso de la literatura rusa (FCE, 2012) en la traducción de Selma Ancira.

 

 

 

Algunas posiciones

Boris Pasternak

 

1

Cuando hablo de mística, de pintura o de teatro, lo hago con esa tranquila liberalidad con que sabe razonar acerca de todo el aficionado de libre espíritu.

Por el contrario, cuando se habla de literatura pienso en el libro en sí y pierdo la facultad de emitir juicios. Necesito ser sacudido y arrancado violentamente, como de un desmayo, de esa sensación de ensueño físico que me produce el libro y, sólo después y de muy mal talante, venciendo cierta ligera repugnancia, logro participar en la conversación sobre un tema literario, en la que no se hable, sin embargo, del libro, sino de cualquier otra cosa: del teatro de variedades, por ejemplo, o de poetas, tendencias y escuelas artísticas, el nuevo arte, etcétera.

Por voluntad propia, sin coacción, jamás emigraré, por ningún motivo, del universo que me preocupa a ese mundo de despreocupación de los aficionados.

2

Las corrientes contemporáneas han imaginado que el arte es como una fuente, cuando en realidad es corno una esponja.

Han decidido que el arte debe salir a borbotones, cuando en realidad debe absorber y saturarse.

Han declarado que el arte puede ser descompuesto en métodos de representación, cuando en realidad está integrado por los órganos de percepción.

El arte debe estar siempre entre los espectadores y mostrarse más limpio, susceptible y correcto que ellos, pero en nuestros días ha descubierto el maquillaje y los camerinos y se muestra desde un escenario de variedades; como si en el mundo hubiese dos tipos de arte y uno de ellos, gozando de cierta reserva, pudiera permitirse el lujo de la autocorrupción, lujo que equivale al suicidio. Se asoma desde el escenario cuando debiera ahogarse en la galería, en el anonimato, ignorando casi por completo que su gorro está en llamas y que, agazapado en un rincón, es vencido por la luminosidad y la fosforescencia como por alguna enfermedad.

3

Un libro es un fragmento cúbico de la conciencia abrasadora, humeante — nada más.

El grito del urogallo es la preocupación de la naturaleza por la conservación de las aves, el tañido primaveral de ésta en los oídos. El libro es como el urogallo en la era. No oye nada ni a nadie; ensordecido por sí mismo, oye con gusto su grito.

Sin el libro la especie espiritual no podría perpetuarse. Desaparecería. Los monos no lo tuvieron.

Lo escribieron, fue creciendo, adquiriendo sensatez, viendo cuanto había que ver, y — se hizo adulto y es — como es. Él no tiene la culpa de que podamos verlo íntegramente. Así está estructurado el universo espiritual.

Hasta hace poco se pensaba que las escenas de un libro eran escenificaciones. Es — un error. ¿De qué le servirían? Se olvidaba que lo único que tenemos en nuestro poder es la posibilidad de no deformar la voz de la vida que suena dentro de nosotros mismos.

La incapacidad de hallar y decir la verdad es una deficiencia que no puede ser encubierta por ninguna capacidad de decir la no verdad.

El libro es un ser viviente. Está consciente y en su pleno juicio; cuadros y escenas son lo que ha traído del pasado, lo  que recuerda y no está dispuesto a olvidar.

4

La vida no comienza ahora. El arte no tiene comienzo. Siempre estuvo presente, hasta que se estableció de manera definitiva. Es infinito. Y aquí, en este momento, fuera de mí y dentro de mí, es como es. Es como si una sala de actos de pronto abriera sus puertas y me bañara con su universalidad y con su eternidad frescas e impetuosas, como si el instante hiciera un juramento.

Ningún libro verdadero tiene una primera página. Nace corno el rumor del bosque, sólo Dios sabe dónde, y crece y se desliza despertando a la recóndita espesura, y de pronto, en el instante más oscuro, desconcertante y terrible, al final, toma la palabra con toda la fuerza acumulada.

5

¿En qué está el milagro? En que alguna vez vivió en este mundo una jovencita de diecisiete años llamada María Estuardo, y en que, en cierta ocasión, un día de octubre, sentada junto a una pe-queña ventana detrás de la cual ululaban los puritanos, escribió una poesía en francés que termina con las siguientes palabras:

Car mon pis et mon mieux
Sont les plus déserts lieux.

En que, en segundo lugar, en cierta ocasión en su juventud, al lado de una ventana detrás de la cual octubre se envalentonaba y se enfurecía, el joven poeta inglés Charles Algernon Swinburne concluyó su Chastelard, en donde el débil lamento de las cinco estrofas de María se hinchó con el terrible estruendo de cinco trágicos actos.

En que, finalmente, en tercer lugar, en una ocasión, hará unos cinco años, un traductor miró por una ventana y no supo de qué admirarse más: de que la nevasca de Elábuga conociera el idioma escocés y que así como en aquel lejano día aún ahora se preocupara por la jovencita de diecisiete años, o de que la jovencita y su afligido poeta inglés le hubiesen podido relatar tan bien, de manera tan inspirada y en ruso aquello que continuaba preocupándolos a ambos y que no cesaba de perseguirlos. ¿Qué significa esto? — se preguntó el traductor.

¿Qué está sucediendo allá? ¿Por qué ese lugar está hoy tan apacible (¡y al mismo tiempo hay tal nevasca!)? A juzgar por lo que les enviamos, se podría pensar que allá deberían estar desangrándose. Y, sin embargo, sonríen.

Ahí está el milagro. En la unidad e identidad de la vida de estas tres personas y de muchas otras como ellas (testigos oculares de tres épocas, rostros, biografías y lectores) — en el auténtico octubre de año desconocido, que suena, enceguece y se enronquece allá, detrás de la ventana, bajo la montaña, en… el arte.

Ahí está el milagro.

6

Existen malas interpretaciones. Hay que evitarlas. Son el lugar donde se rinde tributo al hastío.

Se suele decir que el escritor es poeta…

La estética no existe. Creo que ésta es un castigo porque miente, perdona, favorece y condesciende; porque sin saber nada de la persona, trama intrigas sobre las especialidades.

 ¿Pintor de retratos, de paisajes, de género, de naturalezas muertas? ¿Simbolista, acmeísta, futurista? ¡Qué jerga tan malsana!

La estética, está claro, es una ciencia que clasifica los globos según dónde y cómo tengan los agujeros que les impiden volar.

La poesía y la prosa, inseparables, son para ella polos opuestos.

Por su oído nato, la poesía busca la melodía de la naturaleza en el rumor del diccionario, y después de haberla elegido, como se elige un motivo, se entrega a la improvisación.

Por intuición, gracias a su espiritualidad, la prosa busca y encuentra al hombre en la categoría del lenguaje, y si pasa mucho tiempo privada de él, lo recrea de memoria y finge haberlo encontrado en medio de la actualidad. Estos principios no existen por separado.

Cuando fantasea, la poesía se topa con la naturaleza. El mundo vivo real es el único propósito que alguna vez lograra la imaginación y que sigue siendo acertado. Y continúa, y cada segundo tiene éxito. Sigue estando vigente, y es profundo, ininterrumpidamente fascinante. De él no te desilusionas a la mañana siguiente. Sirve al poeta de ejemplo en mayor medida que la naturaleza o el modelo.

7

Locura es confiar en el sentido común. Locura — dudar de él. Locura — ver hacia delante. Locura — vivir sin ver. Pero poner de vez en cuando los ojos en blanco y escuchar — mientras la temperatura de la sangre sube al evocar las convulsiones de los relámpagos sobre los polvorientos techos y estatuas de yeso — cómo comienza a agitar las alas y a hacerse oír en la conciencia el reflejo de la pintura mural de alguna tormenta ajena que pasa de largo y es eternamente primaveral, esto ya es, en cualquier caso — la locura más pura.

Es natural tender a la pureza.

Así nos acercamos a la esencia pura de la poesía. Esencia inquietante como el siniestro girar de decenas de molinos en el extremo de un campo desnudo en un año negro y hambriento.

 

Traducción de Selma Ancira

 

 

Boris Pasternak (1890-1960) obtuvo el premio Nobel de literatura en 1958, el escándalo y la oposición que despertó este galardón en la URSS fueron tales que tuvo que rehusarse a recibirlo. Esto, junto con la publicación en el extranjero de su novela Doctor Zhivago (que en la URSS circulaba clandestinamente, pero se convirtió en un best-seller internacional), provocó que fuera expulsado de la Unión de Escritores y privado de sus medios de subsistencia. Enfermo de cáncer y con problemas cardiacos, pasó sus últimos años en su casa de Peredélkino. La Unión de Escritores lo readmitió pós-tumamente en 1987, lo que hizo posible la publicación de Doctor Zhivago en la URSS.