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Presentación La Otra 168, abril de 2021

Raúl Zurita, la conciencia del crimen y nombrar lo innombrado
José Ángel Leyva
jose-angel-leyvaEl 19 de marzo de este pandémico 2021, el Festival Internacional de poesía de Granada, Nicaragua, encabezado por sus fundadores Francisco de Asís Fernández y Gloria Gabuardi, me invitaron a participar en un conversatorio con Raúl Zurita, y compartir comentarios con el nicaragüense, Anastacio Lovo, sobre la obra y la biografía de este poeta chileno, premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

 

 

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Raúl Zurita

La presencia virtual de Zurita y las aproximaciones afectivas y efectivas de Lovo enriquecieron mi visión del autor
y de su obra. Aquí mis reflexiones, urdidas más a partir de mi lectura y de una entrevista
con Raúl, que de un abordaje crítico o de premisas teóricas. Más que reflexiones,
interrogantes que me suscitan los versos y las declaraciones de Zurita y que despiertan
una sed dialogante con el poeta.

 

Dos acontecimientos conmovieron profundamente mi espíritu adolescente y abrieron
paso a mi conciencia política: el Golpe Militar en Chile, 1973, y la revolución Nicaragüense
1978-1990. Fueron años también en los que emergió mi necesidad expresiva en el ámbito
no de la política sino de la poética y de la poesía. Raúl Zurita es un sobreviviente de la
dictadura militar en su país y uno de los poetas que, a pesar del derrumbe de las utopías
y el fracaso de la gran experiencia histórica, encarnada en el llamado realismo socialista,
aún se dice comunista. Cuando todo el mundo huye de compromisos ideológicos el poeta
se coloca el San Benito de una causa «perdida». Voluntad utópica en tiempos de
virtualidad y de vacío, de transitoriedad y culturas líquidas, de culturas de lo utilitario y lo
desechable.

Hace unos años entrevisté a Raúl Zurita y la entrevista se publicó primero en la revista
Paraíso, que dirige el poeta andaluz Juan Carlos Abril, luego apareció en el tercer
volumen de Voz que madura. Entrevistas a poetas iberoamericanos. Sin duda la
conversación con él es una de las que más me interesan por las aristas que contiene.
Además, su poesía me atrae porque amo la poesía de riesgos, y su la obra de Zurita se
instala allí, justo en los límites del lenguaje y de la forma. La reflexión del poeta asume
también esa intencionalidad de aclarar con más energía la turbulencia que genera su
escritura poética. Le imprime más velocidad, más energía a la idea para que se impulse
en plena curva de los significados y del lenguaje. Como lo es su afirmación de que un
poeta, un verdadero poeta, no es quien escribe sonetos, sino el que es capaz de matar a
otra persona –o de matarse a sí mismo, agregaría yo–.

La relevancia de la Divina Comedia en su obra y en su pensamiento literario es otro
punto donde me instalo para observar y escudriñar su poesía y la propia. Esa obra en la
que Dante coloca su yo en posición de personaje y de autor, de crítico de su tiempo y
salvador de sí mismo, de oráculo en el paso de los siglos.

El sentido de lo espacial y lo geográfico no deja de causarme afinidades afectivas y
conceptuales, porque en esa extrañeza y familiaridad del paisaje está la memoria del
cuerpo, de este continente destinado a la caducidad. El espacio también como la página
donde puede escribirse para quienes viajan en las alturas y para quienes merodean
desde el cielo, desde el Cosmos.

Interrogantes que fungen, como se dice en física, como generadoras de Perturbación.
Esa generación de ondas o de movimiento de un cuerpo ante la acción de otro. Una
perturbación es una onda que se propaga en el espacio a través de un medio material y
transporta energía y no materia, como las ondas en la superficie del agua.

Dice Raúl Zurita en su poema «Y llorarás. ¿Eras tú papá?»: «Y las frases de amor, de
locura y de muerte se me pegaron en los labios también sin estruendo, suavemente,
como un último silencio.»

Muchos poetas, quizá la mayoría, pensemos que la poesía nace en la conciencia de la
muerte. En esa revelación vital del nacimiento hacia la extinción radica el sentido de la
marcha hacia el origen, de una necesidad interrogante más que de respuestas. En esa
simple epifanía brota la música de lo inexplicable, de lo indecible, de lo que se siente y se
presiente pero no se tienen las palabras justas para significarlo. No me cabe duda, el
reconocimiento como poeta le llega a Zurita en su brutal lucidez de hombre capaz de
matar a otro hombre, como el hominido que da el salto al homo sapiens con su fémur en
la mano para acabar con la vida del otro, que es su semejante. Pero como bien lo dice el
poeta Zurita, un hombre que mata es un asesino y eso es una tragedia. El hombre que
convierte esa posibilidad, esa acción criminal en acto creativo, en expresión estética, en
vida, le abre al dolor y al sentimiento, al albedrío, un cauce en la memoria, una huella
amorosa en el paso por esta experiencia existencial.

Un poeta no ignora su capacidad para matar, pero sobre todo adquiere conciencia de
que la vida nace de la muerte, de que la muerte es alimento de la vida. Convertir esa
pulsión letal en creación verbal o estética nos abre camino al arte y a la poesía, a la
búsqueda de artefactos no utilitarios que nos despierten la pasión por lo oculto. Cesare
Pavese lo dice mejor: «Vendrá la muerte y tendrá tus ojos». Y en esa perspectiva
encuentro la afirmación de Zurita, que es también la que determina y convoca sus versos,
en una lucha que inicia en la derrota, pero que, a pesar de los pesares, no tendrá señorío,
como la afirmara el gran poeta Galés, Dylan Thomas: «Y aunque ellos estén locos y
totalmente muertos / sus cabezas martillearán en las margaritas; / irrumpirán al sol hasta
que el sol sucumba, / y la muerte no tendrá dominio».

Rüdiger Safranski nos recuerda, en su libro El mal, o el drama de la libertad, que
Prometeo otorgó la luz de la conciencia a los hombres, pero con ésta les dio también el
conocimiento de su muerte. Eso torturaba a los seres humanos y les hacía perder interés
en la vida. Entonces pidió a Zeus una nueva gracia. Zeus renuente le concedió el don del
olvido. Los hombres podían saber que morirían, pero olvidarían el momento de su fin. En
ese don, en el olvido, es que lo poetas abrevan y recuperan parte de sus vidas. El hombre
es un animal de palabras, conoce su destino y se rebela a su destino resignificando la
realidad, sublevándose a la muerte, haciendo de su derrota el material del futuro.

En la poesía de Zurita está presente la musicalidad del italiano en los confines de la
infancia y al mismo tiempo la imaginación arquitectónica del Purgatorio y del Infierno.
Cuando yo era estudiante de secundaria un profesor me exigió la lectura de La Divina
Comedia, o del Dante, cómo él decía. No entendí nada y tampoco recuerdo cómo redacté
un resumen de una obra que me fue ajena. Más tarde, cuando ya era estudiante de
medicina, entre los 18 y 19 años de edad, luego de practicar mis primeras disecciones en
cadáveres y presenciar autopsias, me tope en la biblioteca con un volumen que llamó mi
atención por las ilustraciones de Doré, y el prólogo de Borges. Me cautivó. Pero cuando
leí la primera línea del libro: «En medio del camino de nuestra vida me encontré por una
selva oscura, porque la recta vía era perdida.» Sentí el golpe de un relámpago, un salto
en el cerebro y en el pecho. Reconocí, en el olvido, que yo había leído aquella línea que
nada había significado y ahora me abría un zurco de emociones. La Divina Comedia fue
un punto de partida como lector de otra índole, que obligaba a dejar atrás lecturas de
adolescencia y a revalorar otras. Fue un terremoto en mi conciencia. Enseguida vino
Borges con sus Siete noches a enriquececerla.

Cuando veo esa obra, La Divina Comedia en la médula de Purgatorio (1979) de Raúl
Zurita, no puedo sino dejarme llevar por ese sortilegio de la palabra doliente y moliente
que se fragua en dicha obra, en ese mismo comienzo: «En el medio del camino».

XXXIII

«Les aseguro que no estoy enfermo créanme
ni me suceden a menudo estas cosas
pero pasó que estaba en un baño
cuando vi algo como un ángel
«Cómo estás, perro» le oí decirme
bueno –eso sería todo
Pero ahora los malditos recuerdos
Ya no me dejan ni dormir por las noches»
En ese infierno, en ese Purgatorio, se encuentra la lucidez, del caos se extrae la
serenidad y la salud, la sintaxis de una respiración y de un lenguaje propio al que le
siguen Anteparaiso (1982) y La vida nueva (1994).

Ha pasado ese infierno de la dictadura y de la carencia, de la persecución y la limitación
de libertades, pero Zurita se manifiesta aún como fiel comunista, como defensor de la
utopía. ¿Cómo se puede mantener la convicción en una época de desencanto por la gran
experiencia social del sigo XX? Luego de la caída de paradigmas, de muros, de la guerra
Fría, la desintegración del realismo socialista. Zurita, el poeta, insiste en su lealtad a la
utopía.

No sólo es una es una postura ideológica, una bandera política, encarna también una
visión de lo poético. He aquí parte de su respuesta:
» Te remarco sí que mi fidelidad más que al Partido Comunista de Chile es a una historia
y una consecuencia que respeto profundamente, es el partido de Pablo Neruda, y que la
mía más que una militancia es una adhesión, porque mi única militancia es la poesía. Y es
la poesía la que me devuelve permanente a una realidad que no puede medirse por lo
bien que están los que están bien, sino por lo mal que están los que están mal, y los que
están mal están demasiado mal. Es así y lo único de ellos que puedo afirmar con certeza

absoluta es que ellos no son culpables de los asesinatos de Stalin. Millones de millones
de personas no pueden acceder sino al horror y la pregunta es simple: ¿Por qué no se
matan? ¿Por qué esa mujer a la que una bomba le trituró los hijos no se suicida? ¿Qué
será aquello que hace que, salvo muy pocos, la gente que padece de esa manera, y son
millones, no se autoeliminen? Sea cuál sea la respuesta, si sumáramos una a una las
razones, casi inaudibles, mínimas, impensadas, que hacen que opten por seguir vivos,
esa suma formaría la imagen del Paraíso. Allí estaría la mañana soleada, allí estaría
jugando el hijo destrozado, allí estaría la casa reconstruida, allí estaría la leche, el pan, la
tibieza de la cama cuyo colchón intacto se asoma entre los escombros. Un mundo bueno
para todos esta allí, es algo tan próximo que llega a enloquecer. Bueno, porque quiero
que un día esas imágenes cubran el mundo y no los alaridos desesperados que las
crearon es que sigo siendo comunista. En un mundo de víctimas y victimarios la poesía es
la esperanza de lo que no tiene esperanza, es la posibilidad de lo que no tiene
absolutamente ninguna posibilidad, es el amor de lo que carece de amor. Podemos
sobrevivir 72 horas sin agua, pero si la poesía renuncia a lo imposible, a ser la esperanza
de eso que no tiene esperanza, la humanidad desaparece, y literalmente, no es metáfora,
en los próximos cinco minutos.»

«Todo poema es de amor» afirma el poeta Zurita, y esa afirmación me une más a su
sentido de riesgo, a su peligroso juego de límites, donde lo incomprensible es parte de la
verdad, parte de esa revelación que busca sus nombres. Me permite comprender sus
paisajes, sus espacios interiores y exteriores como grandes espacios de escritura.
Desiertos, cordilleras, glaciares, megaurbes, acantilados, océanos, cielos. Esa ambición
de poner lo íntimo en lo macroespacial y de llevar lo externo a la más profunda
espiritualidad. Una topografía que tiene la historia de un país, una atmósfera que
concentra la geometría de la violencia y del deseo, del porvenir y sus relatos. Espacios y
geografías que pueblan las edades del poeta, las lecturas del cielo y del infierno, su
noción de la belleza. Esa pregunta que conduce no a otra respuesta sino a otro enigma.
Concluyo con la voz del propio Zurita: «Te contestaré lo último en la última pregunta. Pero
ahora me acordé de una frase: Solo es bello lo que puede traicionarte.»