Mitología íntima. José Antonio Pérez-Robleda

jose-antonio-perezPresentamos a José Antonio Pérez-Robleda, poeta español, con residencia en México. La selección de poemas pertenece a su libro Mitología íntima, galardonado con el premio Adonais de poesía joven en 2014.

 

 

 

Mitología íntima
José Antonio Pérez-Robleda

 

Mitología íntima

De todos sus errores
el mayor fue darle alas poderosas
a un ser para quien creó
un mundo grávido.

 

Sobre los seres alados I

Al principio de todo
ellos se habían amado.
Pero, él estaba demasiado ocupado
creando un mundo para ambos
y ella no quiso distraerle
con lo que consideraba mundano.

Se extraviaron de sí mismos
y se volvieron seres abstractos.
Así, se produjo entre ambos un paréntesis
que vino a durar un millón de años.

Él, entre tanto, creó un mundo casi su imagen
y ella, entre tanto,
llenó su mundo de seres casi a su semejanza.

Cuando por fin convergieron,
El mundo de él era cálido y seguro
pero, angosto para unas alas
y el mundo de ella era vasto y excitante
pero, excesivamente poblado.
Así pasó otro millón de años.

Cuando aconteció lo que se recuerda,
el mundo de él ya estaba carcomido
por lo que no fue difícil destrozarlo
y ella había pasado demasiado tiempo constreñida.
Por lo que no le fue difícil
desplegar las alas, sin ira ni odio, y desaparecer
volando a través de los pedazos de cielo
con la dulzura de los seres alados,
en un acto que luego las crónicas
calificarían de rebelde,
mal llamándolo caída,
cuando ella
                  simplemente
                                     se elevó. 

 

Sobre los seres alados II

Es mejor no recoger seres alados,
si alguna vez aparece alguno
al borde del camino,
lo mejor es despedirse de manera educada
y seguir adelante.

Si no es posible resistir la tentación
y uno opta por tomarlo en brazos
y llevarlo a su casa;
lo mejor es darle un rincón apartado
y ofrecerle pan y agua
no más de una vez al día.

Si finalmente uno se encariña
y le ofrece una escudilla de leche con cacao,
si lo acaba enseñando a los amigos,
casi con orgullo,
si termina prestando atención
a su sincera gratitud;
lo mejor es hacerse a la idea
de que resulta inútil correr tras ellos.
No hay escudilla que los retenga
ni gatera con que amenazarles.

Con los seres alados,
solo cabe ajustar los prismáticos.
Conformarse con el modo en que aman
desde allí arriba.
Murmurar desde el suelo:
Yo también te amo.

 

Sobre los seres alados III

Los seres alados
siempre guardan secretos
que cuando uno descubre
resultan pesados como piedras.

Uno quiere lastrarlos
haciéndoselos tragar,
que caigan por su peso,
y apegarlos al suelo
no sin cierta indigestión.

Pero los seres alados 
no saben volar bajo,
tarde o temprano,
vomitan sin culpa,
se elevan sin resentimientos
y lo dejan a uno casi sin nada:
con las manos manchadas de nostalgias
y los pies encharcados
de vómito pétreo.

 

Quídam

Normalmente,
les delata su caminar lento,
su cara, exenta de sonrisa,
sus manos, siempre hacia sí,
su alma,
impecablemente planchada,
la forma inequívoca en que descubren lo absurdo
de llevar reloj, en fin,
su escasa capacidad de amar.

De todo esto se desprende
que nadie les espera nervioso
ante una taza de café.
Quizás por ello acostumbran caminar despacio
y suelen pararse a mirar los escaparates,
por ocupar en algo las largas horas del día,
como si no hubiese otra cosa
más que pasear por la vida de puntillas
siempre ocupados en no dejar en alma alguna,
ni siquiera en la suya,
una arruga chiquitita
que implique
algún acto de amor.

 

Nostalgia de verano

El pasado otoño vi el cadáver
de la mujer que amé en verano.

Me la topé caminando insepulta.
Me atravesó sin verme.
Se marchó macabra.

La observé alejarse largo rato
y cuando desapareció
sentí no conservar de aquel verano
más que esta extraña sensación
de haberlo perdido del todo.

 

ALLÍ EN MITAD DE LA CALLE
encontré abandonado
un beso sin nombre

Quién sabe si fue puesto
con dulzura en la mejilla
o perdido por falso
o lanzado con prisa
a un amor que se escapaba

Era sin duda un beso sin labio
en él cabían
todos los besos del mundo

 

Sirenas

I

A cien leguas de la isla
pedí que me ataran al mástil,
pedí una segunda cuerda,
y cadenas,
y candados
aún más fuertes que mi necedad.

Todo debía estar dispuesto
según lo previsto:

            1.) verter la cera, yo mismo,
                  en cada uno de los oídos de mis hombres,
            2.) insultarles

            3.) halagarles

            4.) certificar su sordera

            5.) Oler el mar

No cabía el error.
Era demasiado el riesgo.
Nadie debía averiguar
que ya no me cantan
las sirenas.

 

II

No pasa siempre;
pero, de tanto en tanto,
Penélope calla la tejedora y se asoma a la ventana
por si Ulises volviese de la guerra
y quisiera un lecho tibio
o un arco que nadie más pueda tensar.

No es que ocurra cada vez;
Pero, a veces, cuando es de noche,
y todos están ebrios allá abajo
y la luna se esconde lo bastante
como para no ser testigo:
Penélope descubre su reflejo.
En ese instante, aparta sus largos cabellos
y descubre que ni uno solo es blanco,
que sus pómulos siguen tersos,
que no hay arrugas en sus ojos,
que sus pechos aún son aquellos
que los hombres codiciaron con deseo. 

No es frecuente;
pero, de tanto en tanto,
cuando es de noche y todos están ebrios
y la luna se esconde lo bastante:
Penélope desvía la vista
y se descubre mirando a los durmientes,
deseando sus torsos desnudos
buscando con la mirada
otro cuerpo
con llenar el vacío de Ulises.

 

Cuando esto pasa,
La ventana se cierra con violencia
y la tejedora retoma su eterno murmullo.

No pasa a menudo,
ni siquiera ha pasado todavía,
pero una noche Penélope descubrirá
que entre todos los borrachos
hay uno que finge estar dormido.
Uno que espera  ansioso,
entre los ronquidos embriagados de los hombres,
una pausa en el arrullo de la tejedora.

No ha pasado todavía,
tampoco es que importe demasiado,
quizá no pase nunca
quizá la próxima noche sin luna
Pero hoy, cuando ella se aparta los cabellos.
Él          se muerde fuertemente el labio.

 

V

Después de abandonarla
el navegante repasó una a una
las viejas maldiciones.

Que los ovarios se te conviertan en espuma
Que consigas buen precio por tu cola
Que el océano se abra entre tus muslos
Que sean otros los que allí naufraguen
otros los que quieran juntar tus piernas
qué todos busquen en ellas el olor del mar

Que la tierra te sea muy pesada
y los vientos sean desfavorables
Que las corrientes te sean adversas
que te lleven lejos
                        que te retengan

 

 

José Antonio Pérez-Robleda es educador y poeta. Español de nacimiento y Mexicano de adopción; es Licenciado en filosofía (Universidad de Sevilla, 2006), Premio AMCO (Asociación Mexicana de Comunicadores Organizacionales AMCO, 2012), Accésit del premio Adonais de poesía joven (España, Comité premio Adonais, 2014) y Entrenador Certificado de Google for education (google, 2016). Desde 2017 es Director de Transformación y School Hacker para Latinoamérica en  edvolution. Actualmente se gasta las noches en  el noticiero de poesía donde es cofundador. Se define a sí mismo como: creativo, innovador, comunicativo, autodidacta, empático, intuitivo, nerd, foodie y cooltureta. Una de sus pasiones cada vez menos secreta es la gastronomía.