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Suave como la muerte. Juan Manuel Roca

juan-manuel-rocaEl escritor colombiano, Juan Manuel Roca, reseña el libro Suave como la muerte (Colombia: Planeta, 2020), una novela de ideas, de atmósferas y sensaciones, un viaje "por lugares remotos y desconocidos en la rara búsqueda de un sí mismo".

 

 

 

Suave como la muerte
Juan Manuel Roca

"Abandonar la vida por un sueño
es darle exactamente el valor que tiene".
Montaigne

Asistir a un monólogo polifónico que no pretende ser privativamente una mirada hacia el afuera, algo que algunos llaman "una epopeya psicológica", tiene en "Suave como la muerte" un momento de esplendor.

La historia viajera narrada por Francoise Audouin se mueve constantemente entre dos orillas, entre dos viajes purgatoriales. Uno es un viaje geográfico, el otro un periplo espiritual. Se trata de un desplazamiento por lugares remotos y desconocidos en la rara búsqueda de un sí mismo. Que esa búsqueda se de en un mundo ajeno y casi impenetrable, África, tiene como centro un viaje interior, una suma de voces y lugares que más que exóticos son una secuencia de espejismos, de llamados en medio de una historia de amor y tribulaciones.

Es una novela de ideas, sí, pero también y de qué manera, de atmósferas y sensaciones. Dos personajes, dos viajeros con ansiedad por lo desconocido, se debaten entre el amor y sus tribulaciones y describen en sus pasos una época, toda una generación de impacientes, de insatisfechos que querían devorarse el mundo en días y noches que no dependían "de la rotación de la tierra", de los calendarios, sino de un impulso vital por saciar un apetito de lejanías.

Asistimos acá a un mundo que oscila entre un esplendor y una miseria que se suceden a cada paso de dos viajeros enamorados de sí y enamorados de la lejanía. Una larga y atrayente sucesión de lugares enfermos, de una geopatía de paisajes lacerados, dan paso al fasto, a una exuberancia de costumbres y paisajes que se mueven entre el sueño y la vigilia, entre hospitales y hospedajes de paso en los que puede confundirse una sábana con un sudario. De sitios sagrados y lugares vejados como un hospital donde un médico pasa revista a los muertos como si llevara en la mano su necrómetro.

La prosa justa y vigilada, de Francoise Audouin no se distrae en recursos innecesarios que pueden ser una tentación exotista. La poética de sucesos encabalgados a un viaje que es más que un periplo al "fin de la noche", develan un mundo en estado de coma, una expresión que posiblemente esconde, como Tomás, el compañero de viaje de Anaís, un estado siempre cercano al punto final. A ella le basta con señalar la inconsciencia de amor en un sueño vegetativo, en una forma de hibernación del pensamiento de Tomás para señalar con ello que en esa ausencia o desalojo paulatino del cuerpo hay también y de una manera metafórica, un cambio de piel. Que a su vez puede significar un cambio de mundo, del París civilizado pero también cruel de "Los cuadernos de Malte" de Rainer María Rilke, al África en trance de descolonización de Franz Fanon que pedía a Europa en "Los condenados de la tierra" un aliento para "desenpolvarse el cerebro y abandonar el juego irresponsable de la bella durmiente del bosque".

El contraste entre un mundo mítico que esconde en las leyendas sus miserias, un universo literario de oasis y espejismos, son descritos o re-escritos por una mujer, una narradora que transmite el afuera desde un recodo de sí misma y desde el escindido mundo de su compañero de viaje que duerme en su repentina inconsciencia en un cuarto de hospital, mientras ella tiene más sueños que granos de arena el desierto. "África es sudor y lujuria", se dice y asiste a los días entre el impulso y la quietud, en una contradicción semejante a la de un tuareg sedentario. Por momentos algo que me evoca a Rimbaud, alguien que ha perdido su lugar en el mundo y que no sabe bien qué busca desde el desarraigo en las ardidas tierras africanas. Tomás y Anaís son una pareja que si bien no esperan a "Dios con verdadera gula", sí esperan un viaje por el afuera que a veces desde ella, desde la mujer que conduce el ámbito narrativo, resulta una suerte de viaje hacia sí misma en una lúcida y agreste introspección.

El relato de cosa hablada, atravesado de una poética en estado de latencia, traduce el acto de escribir en un acto del pensar y logra envolvernos desde una palabra justa, desde una lengua sin alardes ni artificios. Es la suya una palabra descalza, despojada y coloquial con la que acude a una suerte de "suspense", a un algo que se espera y siempre está a punto de llegar.

"Suave como la muerte" es una y a la vez varias novelas. Es, antes que nada, una novela de viajes. Una novela de amor de origen autobiográfico que sucede en dos planos, entre eventos que parecen ocurridos y otros que son imaginados, si tal dicotomía existiera, si lo imaginado no hiciera parte del lado oculto de lo real. Esto en verdad no resulta en ningún momento dicotómico, por aquello de que la imaginación es a veces más real que lo que sucede en un plano puramente circunstancial.

Francoise Audouin se vale del recurso de insertar escenas retrospectivas, otra vez en un flujo de
consciencia, en algo que los gramáticos llaman una analepsis con la que alterna secuencias de diversas procedencias cronólogicas. Esos cambios temporales le dan a la narración un carácter vívido pues la memoria, como es del resorte de la novela, no tienen como deber hacer un seguimiento cronológico de hechos y recuerdos alterados, o de sueños provocados, que tantas
veces se nos entremezclan sin distingos.

Hay tres instancias que se reiteran como un leit motiv a lo largo de la novela y que tienen que ver con el rito simbólico del té africano tomado en tres secuencias cotidianas. La una es "amarga como la vida", otra es "dulce como el amor" y la última se presume "suave como la muerte". Esas tres instancias se alternan a cada paso de la historia en un viaje que como todo lo que tiene que ver con un tanteo aventurero y un ponerse en las manos caprichosas del azar, no nos permite poner la huella antes de dar el paso, no nos permite programas ni itinerarios escritos en piedra.

Audouin es sin duda una maestra de la descripción ("mañana cuando entre la luz como una bofetada") y al mismo tiempo de la introspección, dos materias que no siempre hacen una buena pareja en la narrativa escrita en nuestra lengua. En su caso no se trata de una pareja disfuncional, en ningún momento opera sin que medie un riguroso control muy racional de la historia.

Lejos de su ciudad, de un París cuya distancia no se mide en kilómetros sino en años y voces, se mide de forma parecida el deseo de ir a Colombia, a un país en la mira que queda a muchos kilómetros de padecimientos, lejos del París natal y del bolsillo descocido. Europa, en la distancia, parece olerle mal a Anais y como en un poema de Marie Louise Kaschnitz tal vez le parezca "un continente arruinado, la patria de la intranquilidad y del odio entre hermanos", pero también "la patria de los pensamientos audaces, de las palabras audaces, de la belleza". Por lo pronto el Sahara es su "plato fuerte", su sembrado de dudas.

El paso de uno y de otra, de Tomás y Anais, de un pasado cotidiano, él en un empleo de hospital y ella en una librería, dos lugares hechos supuestamente para dos tipos de sanación diferentes, cada vez le resultan hechos inciertos de algo que ocurrió, o que a lo mejor pudo ser parte de un sueño. Algo menos cierto que el inmediato paso del Sahara, algo más que un espejismo.

Acompaña y se agradece en la novela el humor negro y soslayado, aún en los hechos más dramáticos y en los asertos más precisos que señalan cómo la miseria habla el mismo idioma en todas partes. Creo que, como lo advierte Davis Lodge hablando del monólogo interior y de los logros de Joyce y de otros de sus pares, "Suave como la muerte" logra desde un ámbito psicológico que conozcamos a los personajes, a una pareja en cierta forma libertaria que quiere hacer del mundo su morada transitoria. La autora, de manera magistral, logra que sus dos personajes y los más adventicios que encuentra al azar, resulten creíbles y no tanto por lo que se dice de ellos sino porque logra meternos en sus pensamientos, entre los más íntimos y silenciosos flujos de conciencia.

"Suave como la muerte" transgrede una simple sumatoria de anécdotas o de un diario de viajes. Es una de las novelas más suscitadoras y renovadoras en el ámbito de las letras contemporáneas de nuestra lengua. Además de ser un diario personal es también una realidad que, me parece, quedará inscrita entre los libros de los grandes autores que han novelado los territorios siempre imantados y pedregosos del mundo africano. Está escrita con una honda ternura. Con un humor acre. Con sueños aplastados o postergados. Son muchos los kilómetros andados antes del regreso a casa que revelan un tiempo en el que el estatismo fue despreciado por ir en búsqueda del azar, por el amor a la sorpresa y la conquista de imposibles.

Entre una prosa lírica y coloquial a la vez, entre el deseo de merodear por paraísos escondidos como sus propias serpientes y casi tan inhóspitos como la civilización, "Suave como la muerte" es una novela que augura una y más lecturas. Se trata de una historia de amor y de un pretexto para tocar el horizonte, un "tour de force" por mapas ubicados entre el sueño y la vigilia.

 

Juan Manuel Roca nació en 1946 en Medellín. Poeta y narrador. Autor de múltiples libros de poesía, ensayo y narrativa. Ganador del Premio Casa de las Américas, Premio de Poesía José Lezama Lima, Premio Nacional de Cuento Universidad de Antioquia, entre muchos otros. Doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad Nacional de Colombia.