Álbum de aves y oficinistas. Luis Flores Romero

luis-flores-romeroLuis Flores Romero, nos abre las puertas de su galería de retratos poéticos, donde los oficinistas colindan con los aves de un pie, y lo satírico con lo lírico. La presente selección forma parte del poemario Archivo grave, obra ganadora del Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa, 2019.

 

 

 

Álbum de aves y oficinistas
Luis Flores Romero

 

Álbum de oficinistas

Es un acontecimiento cuando Clara Iclara
bebe el té. Bebe el té con las dos manos,
los dos ojos, todo el paladar, toda la sangre,
los pulmones, las papilas gustativas.
Los papeles disgustados están en su escritorio,
tareas estorbosas, pero Clara Iclara
bebe el té sin esas comezones laborales,
sin esa vida más máquina que vida.
Ella ahora está completamente ella:
sus pétalos en la sesión del té metidos todos,
terrestre y olfativa, destemporada y táctil,
ella bebe el té con un silencio de árboles,
con la transparencia del venado que va al río,
y el río, por amor, se venadiza,
al tiempo que el venado se vuelve todo el río.
No hay nada mágico en su taza,
es tan sólo ella, respirante y existible,
cargada de Universo, es decir: con todas
las células atentas, presentes en el té.

Aves de a pie

Alabada sea la quejumbre del pájaro yayay,
sólo así consigue insignia, apoyo, distinción;
así recibe el alto y majestuoso grado
de ser mejor que todos. Alabado sea
su perfil adolorido por saberse el único
en lamentar lo desastroso de estos tiempos.
Bendito sea su indignado pico
y sus finísimas posturas
cada vez que algo le ofende, cada vez
que lo violentan los pétalos del prójimo.
Bendito sea su abanico de corajes,
la superioridad rosada de su cuello
cuando se dice vulnerado, y hasta jura
que el mundo es una cosa bien podrida.
Alabado sea el pájaro yayay, por decir
que el mundo es una cosa bien podrida.
Alabado sea su magnífico berrinche
digno de permanecer con letras de oro
en las correctas páginas de las banalidades.

Álbum de oficinistas

De Sol Cansancio muchos piensan
que tiene un trago fuerte en sus adentros,
un hueso melancólico de tanto ayer.
Sol no entiende si es verdad, o sólo
son metáforas de solo. Sol contrajo
mal de roca, no soltó
las negruras pétreas de su situación mortal,
ésas que se juntan internamente incómodas
y van dejando grumos íntimos. Y Sol,
sentado tal como se sienta, pareciera
que su silla tiene más historias
y más vida que él. Y pareciera que ya no,
que ya no puede más, y no dirá gran cosa. 
A veces dice gracias; a veces, con permiso,
pero casi siempre se consume seco,
y entonces dice todo lo que anda mal
con un simple buenas noches.

Aves de a pie

Quesí, quesí, repite el ruyemperador;
quenó, quenó, quenó, también repite,
y pasa todo el tiempo defendiendo
su sí del no, su no del sí, con tal
de hacerle ver al Universo que las cosas son
lo que él dice que son. Quesí, quenó, quenó, quesí,
revienta el ruyemperador, y patalea;
si con eso no le alcanza, patalea,
saca por el pico humo, casi lumbre saca,
desenfunda sus palitos argumentativos,
se para en lo más alto de su impertinencia
y desde allí sostiene que su sí
es el más grande sí de todos, y su no
reluce más que todas las galaxias juntas.
El Universo entonces gira en torno a lo que él dice,
y hace, y piensa, y habla. Y el que diga,
y haga, y piense, y hable lo contrario
debe ser imbécil o tiene que morir,
o, mínimo, guardar silencio respetuoso
para que los soles oigan el bellísimo
quenó, quesí, quesí, quenó del ruyemperador.

Álbum de oficinistas

Iván Azul, no le hagas caso al hacetiempo,
no recaigas en las fibras del algunavez.
Si ya habías apagado los ruidos tormentosos,
por qué de pronto quieres regresar, mezclar
lo ido con lo sido, ya doliste muchas
páginas, quemaste muchos pétalos, entonces
no traigas tanto antes en tu ahora,
no tragues un hubiera, y otro, y otro.
El calendario no consigue reiniciarse,
siempre está con esa ruda cuerda
donde se conecta lo real con los recuerdos;
recuerdos que pretenden engordar la vida
para reventar lo que sí existe
y darle paso a lo que ya no existe.
Suena el helicóptero del hacetiempo
y estás, Azul, oyendo ese molino tormentoso;
ya lo habías apagado,
para qué morir de nuevo en esas hélices.

Aves de a pie

Qué grande vida traen los garnacheros;
antes son papeles, cárceles, corbatas,
antes son asuntos sin antojo y antipáticos.
Pero luego salen y se vuelven garnacheros:
danzan al azar entre tostadas y tlayudas,
saben del amor en un pambazo y un tlacoyo,
entienden la poesía con morder un taco.
Grande vida irradian cuando comen
y olvidan sus formatos y sus engrapadoras,
cancelan el dolor, las aspas del futuro,
no les preocupa el frasco de sus pesadillas,
sólo les importa decidir si salsa roja o verde,
y agradecer a todas las deidades de la tierra
por haber creado el cilantro y la cebolla.
Satisfactoriamente exhalan grande vida
después de terminarse su garnacha
y darle el último sorbito a su refresco.

Álbum de oficinistas

María Tarde tiene un muelle donde
todo el tiempo mira lo que no,
mira allí pasar el tiempo todo siempre,
todo sabor de sal y de saudade.
No es que exista un muelle en estas latitudes,
tampoco es que haya mar o alguna otra
inmensidad así de triste, sólo que María
siempre está mirando lo que nunca,
con actitud de estar estatuamente concentrada
por ver si llega el barco que se ha ido.
No es que exista un barco en estas grises cosas,
tampoco es que haya mar, pero María
parece estar mirando alguna lejanísima dulzura,
mirando a ver si vuelve no sabemos quién,
y no sabemos cómo, ni sabemos cuándo.
No es que exista un cuándo en lo que ve María,
lo único que existe es ella, real e inagotable,
mirando lo que nunca, lo que falta.

Aves de a pie

Los pájaros repicos del repente
en yámbico y trocaico dan su luz cantora;
urgentes gorjeadores, se suben al camión
y alcanzan un momento la Cantata Cósmica.
Repicos del repente, maniáticos silábicos,
avientan su prosodia de improvisado chorro
en malabar verbal. En la Academia, mientras tanto,
los estudiólogos acartonados enfatizan
que Píndaro, las formas, el pathos y el semema,
pero esto del repente es otra flauta,
es una pluma de distinta tinta.
Los pájaros repicos se suben, pluriversan,
y saben sin saber. Llevan todo el tiempo,
desde que el canto es canto, subiéndose al camión.
Incluso antes de que hubiera libros y neumáticos,
leían los repicos la rítmica del mundo,
cantaban los repicos la rotación terrestre.

Álbum de oficinistas

Justino Cero, mírate,
haces cuentas y te sale
siempre el mismo error de pie.
Hay cálculos, y dígitos, y cómputos
que estallan en tu cráneo, son números
ruidosos y metódicos. Pero no hay nadie
que sepa cómo dueles
y entienda cuánto escándalo
se te aguijona en el cerebro.
Aquellas cantidades que ordenadamente
manipulas con tu máquina
te van volviendo máquina. Justino Cero:
haciendo cuentas,
el único invariable resultado
es esta lenta rabia que te da
por no borrarlo todo y escaparte.
Y aunque borraras todo,
siempre ha de salirte el mismo error:
una invisible, monótona cadena
que te sujeta el pie.

Aves de a pie

Los torpipavos pasan mucho tiempo
maquillándose, comprando prendas portentosas,
fijándose en los tonos de sus brillos, allí van
con el pico bien pintado, su cantidad de fotos,
sus excelentes y superlativas circunstancias,
van los torpipavos, uno a uno, balanceándose,
con un cuello dignísimo, la cola bien coluda,
todo sea por lucir con resplandor y buen aroma
en el gran escenario de la vida.
El espectáculo es hermoso,
mientras que, en el público,
la que más aplaude
y ríe a carcajadas
es la Muerte.

 

Luis Flores Romero Nació en la Ciudad de México en 1987. Licenciado en Letras Hispánicas por la UNAM. En 2009 ganó el Premio de Poesía Joven Jaime Reyes, otorgado por la UACM, con el poemario Gris urbano (publicado en 2013). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante los períodos 2010-2011 y 2011-2012. Becario del FONCA en el período 2015-2016. En 2016 publicó su segundo libro, Sonetos ñerobarrocos. También en 2016 ganó el Premio Nacional de Poesía Joven Salvador Gallardo Dávalos, con el poemario Lotería del baladro (2017), y en 2017 el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde con el libro Estación gentuza (2018). Es también Premio de Poesía Bartolomé Delgado de León, 2018, y Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa, 2019. Con el heterónimo de Lufloro Panadero, comparte en redes sociales poemas satíricos y décimas periodísticas.