Apocalipsis y renacer en la poesía. Raúl Zurita

El poeta chileno Raúl Zurita (Santiago, 1950) acaba de recibir uno de los galardones más prestigiosos de la poesía iberoamericana, el Premio Reina Sofía. La siguiente entrevista realizada por Jorge Boccanera, que repasa los tópicos del autor de Anteparaíso, fue tomada de la revista digital La Tecl@ Eñe.

Apocalipsis y renacer en la poesía
Por Jorge Boccanera

Fuera de cualquier tipo de manifiesto que amenace con restringir la efusividad creativa, y apoyado en la convicción de que: «Hago lo que necesito hacer, lo que me es imperioso hacer, lo que no tengo ninguna posibilidad de dejar de hacer», se desarrolla la obra del poeta chileno Raúl Zurita (1950).

Raúl Zurita
Raúl Zurita

En este diálogo el poeta chileno autor de Purgatorio, Anteparaíso, Canto a su amor desaparecido, El amor de Chile, La vida nueva, Sobre el amor y el sufrimiento, Poemas militantesy Zurita, considerado una de las voces más destacadas en lengua española, habla de su poética que abarca, entre otras experiencias, versos escritos con humo en el cielo de Nueva York.

J. B.: Es sabido que tu abuela solía leerte páginas de La Divina Comedia, ¿de qué forma esa obra puede haber marcado tu poesía?

R. Z.: Mis primeros recuerdos de niño son los de mi abuela italiana, que nos hablaba de La Divina Comedia. En lugar de cuentos, narraba pasajes del Infierno que nos aterrorizaban y fascinaban a la vez. Cuando después del golpe de Pinochet, en circunstancias bastante desesperadas, volví a escribir, se me vino la voz de mi abuela. Tomé a Dante porque era como sentir de nuevo su voz. Supe entonces que nunca podría apartarme de ese libro, era mi forma de volver a hacerla presente.

J. B.:  Hay algo de relato cosmogónico, en tu poesía, de inicio y apocalipsis, lo que se marchita y lo que se regenera, ¿lo ves así?

R. Z.:  Es posible, uno no es un buen lector de sí mismo. Pero si es como dices, creo que tiene que ver contra la excusa fácil del fragmento y del lugar común, de que «después del derrumbe de los socialismos reales ya no es posible, etc, etc»; precisamente las que me importan son aquellas obras que desafían ese «ya no es posible» y tienen un sentido de la totalidad. Obras totales como lo es, y cómo, la vida misma. Nadie vive en fragmentos, incluso las existencias más anodinas o despojadas: naces, cometes los errores que te corresponden, te crucifican y en un instante dirás, al igual que todos los seres humanos que han pisado la faz de la tierra; «padre, padre, por qué me has abandonado», tienes tus tres noches en el sepulcro y por una única vez resucitarás y finamente te ocurrirá algo tan absolutamente alucinante como es morirte. Una obra o es el correlato de eso o no es.

J. B.:  Las performances que llevaste a cabo en los ’80 y ’90: escribir en el cielo con humo y grabar las piedras del desierto de Atacama, ¿tienen que ver con un modo de trascenderse, sacar a la poesía del libro, imprimirlo en el paisaje?

R. Z.: Yo no he hecho performances, querido Jorge, que por extremas que sean, siempre llevan adherida la noción de espectáculo. Las acciones que he hecho —quemarme la mejilla, intentar cegarme— fueron actos desesperados sin fotógrafos, solitarios, en momentos difíciles de mi vida y de la historia de mi país. Ahora, que después los haya incorporado, es porque imaginé a partir de ellos un recorrido desde la precariedad de alguien que se quema la cara encerrado en un baño, hasta el vislumbre de la felicidad y efectivamente la fotografía de la cicatriz de mi mejilla es la portada de mi primer libro, Purgatorio; la experiencia se cierra con la escritura de la frase «ni pena ni miedo» sobre el desierto de Atacama que solo puede verse desde la altura y que en cierto sentido es el vislumbre del fin del dolor; su fotografía cierra el libro La Vida Nueva.

Intenté cegarme poco antes de escribir en el cielo con aviones con letras de humo porque es un sueño escribir poemas en el cielo; iban a ser infinitamente más radiante si permanecían dentro de mí, si yo los podía ver. Nunca me han importado los programas estéticos, nunca lo he pensado como un modo de trascender la página escrita. Los manifiestos de Huidobro me son del todo indiferentes. Yo hago lo que necesito hacer, lo que me es imperioso hacer. Los poemas escritos en el cielo y el poema en el desierto son para mí absolutamente ortodoxos, mis poemas más íntimos, los que más han vivido en mí. Desde que los imaginé en el cielo hasta que se hicieron en Nueva York en 1982, pasaron ocho años. El poema en el desierto trazado en 1993 lo pensé el ’78, cuando había más pena y más miedo.

J. B.: Tengo entendido que vas a hacer próximamente una experiencia proyectando versos sobre los acantilados…

R. Z.: Son veintidós frases proyectadas con luz sobre los gigantescos acantilados de la costa norte de Chile, donde el desierto de Atacama se rompe contra el Pacífico. Sólo podrán ser observadas desde el mar. Las frases se irán haciendo visibles en la medida que avanza el atardecer sucediéndose una tras otra y alcanzarán su máxime visibilidad en plena noche cuando el mar y los acantilados sea una sola masa negra. Luego comenzarán a extinguirse completamente bajo la luz del nuevo día o en la neblina que en casi todas las mañanas cubre la costa norte. Estas frases son el índice de la primera y tercera partes de Zurita; comienzan con: «Verás un mar de piedras» y la última frase es «Y llorarás». Es una obra del atardecer. Si he trabajado, hasta lo posible, con mi vida también debo trabajar con la cercanía cada vez mayor de mi muerte. Cuando todo termine solo quedará el sonido del mar. —

J. B.: ¿El renacimiento de las almas de tu libro Inri y a ratos un tono de salmodia, tienen que ver con aspectos sagrados, religiosos?

R. Z.: Las citas son de los Evangelios y el libro se llama Inri, la filiación es más que evidente, pero al mismo tiempo es la negación de toda posibilidad de resurrección. Nada resucita. En el epílogo dice que «un sueño soñó que habían unas rompietes/ un océano subiéndolos salvos desde sus tumbas en los paisajes/ Pero no: están muertos». El tono está dado por el hecho que nadie ve, solo oye. En el testimonio de un general arrepentido cuenta que a muchos de los prisioneros les sacaron los ojos con corvos antes de matarlos. Solo en los últimos poemas aparece el verbo ver, pero el epílogo lo desmiente, la resurrección es solo un sueño de lo irremediable.

J. B.: ¿Dejó marcas en tu escritura el haber sido detenido durante el pinochetismo? Hay varios poemas sobre el carguero-prisión «Maipo» en de Zurita.

R. Z.:  Sí, el golpe de estado de Pinochet es uno de los dos mayores dolores que he tenido en mi vida.

J. B.:  Por momentos tu poesía se asemeja a un readmovie por un territorio bombardeado, donde ocupa el lugar de la muerte está dado por la mutilación, el desmembramiento, la lluvia de cuerpos despedazados…

R. Z.: Me parece que lo que dices está fundamentalmente en el libro Zurita. He intentado relatar como si el presente fuese visto desde millones de años después: el Pacífico se ha secado y todo es un interminable desierto de piedras cruzado por el viento. En ese escenario aparece la dictadura chilena, los personajes de mi vida, la bomba sobre Hiroshima, Little Boy, que es al mismo tiempo un niño pequeño, en fin, se entremezclan todos los planos. Pero me preguntabas recién si afectó mi escritura el hecho de haber estado detenido en un barco en la dictadura pinochetista. Bueno, ese libro que te comento está dividido en tres partes que corresponden al atardecer del 10 de septiembre de 1973, la noche que va entre el 10 y el 11, y el amanecer del 11 de septiembre de 1973, que es el día del golpe de estado de Pinochet.

J. B.: En ese mismo libro es contundente la carga visual potente producto de la escena onírica. ¿Es una marca de tu poética?

R. Z.: Como te digo, no soy un buen lector de mí mismo, pero creo que sí. El sueño como los Sueños de Kurosawa. Detesto el sueño como lo concibieron los surrealistas. No me gusta Dalí, tal vez la racionalidad fría de Magritte, pero no Dalí.

J. B.: ¿Sigue siendo la poesía un símbolo de resistencia, como dijiste alguna vez frente al lenguaje de capitalismo, del mercado?

R. Z.: Nuestros pobres escritos, ¿qué otra cosa pueden ser sino una resistencia? La poesía es la esperanza de lo que no tiene esperanza, la posibilidad de lo que no tiene absolutamente ninguna posibilidad, es el amor de lo que no tiene amor. Qué otra cosa puede quedarnos.

J. B.: Tu padre ocupa un lugar central en algunos de tus poemas. Uno de tus versos dice: «Siempre tengo que inventarte/ yo las respuestas papa»…

R. Z.: Mi padre murió a los 31, cuando yo tenía dos años pero no lo experimenté como una ausencia porque es difícil, cuando se es niño, sentir la ausencia de lo que nunca ha estado. Solo de adulto, hecho pedazos, me di cuenta de la falta que me había hecho. Esa falta rodea todo lo que he hecho. Ese «nunca me contestas, papá».

Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950)es una de las voces más destacadas de la literatura chilena contemporánea, Premio Pablo Neruda, Premio «Casa de las Américas», Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2020. En el año 2000, recibió el Premio Nacional de Literatura, tras lo cual inició la escritura de Zurita (2011), un libro monumental de casi 800 páginas, en las que dibuja las horas previas al 11 de septiembre de 1973, fecha del estallido del golpe de estado de Augusto Pinochet.

Debido a su ideología comunista, Zurita fue represaliado durante la dictadura. Tras ser puesto en libertad, Zurita comenzó una carrera más enfocada a la performance y al trabajo artístico visual.
Autor de múltiples libros.

Jorge Boccanera (Buenos Aires, 1952). Poeta, dramaturgo y ensayista. Desde 1976, a raíz del golpe de estado en su país, vivió largo tiempo exiliado en México y Centroamérica, ejerciendo periodismo y colaborando en muchas actividades literarias. Al caer la dictadura militar se radicó nuevamente en su país, dedicándose por completo a la literatura. En 1976 obtuvo el Premio «Casa de las Américas» de Cuba, posteriormente el Premio Nacional de poesía joven en México y en 2008 el VIII Premio Casa de América de Poesía Americana por su libro Palma real.

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