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Presentación La Otra 162, octubre de 2020

La muchedumbre, el fantasma y los lobos
Roberto Acuña

roberto-acunaEl odio, la furia son sentimientos límites que desembocan en la violencia, sobre todo si vienen acompañados del temor a un enemigo invisible. "Los lobos mascan viento", escribe François Villon sobre el invierno, pero los lobos tienen hambre y miedo de no poder sobrevivir al frío, se cobijan en manadas, otean, devoran a la ingenua liebre, pero el frío no se va, el miedo persiste en sus colmillos y vuelven a morder, se devoran entre ellos, pero el invierno no es una liebre ni un lobo, nosotros mismos lo presentimos en los pulmones del vecino que dobla turno en el hospital.

Entre 1349 y 1350 asola en Francia la peste negra, "Winter is coming", uno de los rumores esparcidos era que los judíos envenenaban el agua, fue trágico. El estigma que cargaban a ojos de los católicos, la creencia del mal depositado en sus cuerpos y la endeble suposición del envenenamiento de los ríos armó el falso argumento de que los judíos, esos brujos, esparcieron la enfermedad. Antes, incluso de que llegue la peste a sus pueblos, éstos son asesinados. Muerto el perro se acabó la rabia, pero la rabia nunca se va cuando el perro no era el rabioso o la rabia se transmite por varios agentes.

El miedo en la actualidad es muy diverso, por un lado tenemos al provocado por la COVID, los que están encerrados a cal y canto, los temerosos de aquellos que no siguen ninguna recomendación del sector Salud –que son la gran mayoría–, por otro lado, también la pandemia ha profundizado la crisis económica, ha ensanchado la brecha entre pobres y ricos. Muchos han perdido sus trabajos, otros han visto sus negocios vacíos; pero la violencia causada por la pobreza, por un tejido social fracturado hace mucho que se extiende por todo el país, por ejemplo, en los estados fronterizos o en aquellos donde el narco tiene mayor influencia, pero también en la misma capital los asaltos, los asesinatos, la brutalidad desmedida se practica las veinticuatro horas.

El individuo empieza a juntarse en grupos, se acompaña, lleva consigo el miedo, el Estado está rebasado, gobierno tras gobierno se construye una fosa con el país. Es imposible resolver en unos meses lo que ha llevado años destrozar. Por otra parte, no hay futbol, no hay box, tampoco carnaval; los rituales dentro del circo, del coliseo, del malecón, de la plaza se han detenido, no existe el desfogue suficiente, el gasto de energía, de rabia, para impedir una mayor. Simbólicamente el carnaval, sigo a Mijaíl Bajtín – lo que ahora serían las fiestas patronales, los eventos deportivos, las conmemoraciones nacionales y la edulcoración misma de los carnavales–, sirve para liberar la violencia de la población, para tener controlado su radio de acción y evitar una masacre. Sin este ritual la población empieza a estresarse, no existe una olla exprés para que la presión salga paulatinamente.
De camino a casa, entonces, en la combi, comienza un nuevo asalto, son dos personas, pero el ladrón de la pistola no alcanza a subir, queda uno desarmado, la gente está harta y el ratero es golpeado brutalmente. ¿Está bien?, y ¿el Estado?, ¿la policía? En el momento que se toma la justicia por propia mano se fractura la comunidad, el proceso de cultura, las reglas que se impusieron para salvaguardarnos, las instituciones quedan abolidas. Es decir, ya no hay ley, el Estado está rebasado. La masa toma el control.

La muchedumbre surge cuando el poder –el Gobierno– no garantiza su protección, su bienestar, ésta entonces sigue sus propias creencias, sus instintos, construye una explicación "lógica" para sus actos formada con elementos reales e imaginados, sus acciones anulan la convivencia y ponen en peligro la vida de los otros, porque siempre es un otro el depositario de la violencia: un extranjero, el que no forma parte de nuestros ritos, cultos, fiestas, el exiliado de la vida comunal, aquel que puede ser herido sin que nos hiera,un minusválido, el diferente, aquel del que podemos abusar, despojarlo de sus pertenencias, o ese que intentó asaltarnos, pero se le encasquetó la pistola…, es decir, ante la muchedumbre cualquiera puede ser el chivo expiatorio, siempre ésta encontrará una razón plausible para sus actos: la pobreza, la violencia en casa, porque el otro lo vio de una manera terrible, porque a sus ojos los actos del otro son contrarios a los suyos.

Dentro de esta realidad no hay fronteras claras, todo es difuso, lo que está bien y lo que está mal no es regido por la ética, sino por la moral de los distintos grupos de personas que se juntan para tratar de conservar un mundo o la idea de un mundo que se resquebraja, una identidad huidiza que quizá les dieron otros, por ejemplo ser Católico, Marxista, Conservador, Hétero-patriarcal…La muchedumbre puede ser creada por un fanatismo religioso, político, racial, ideológico, pero también por el hartazgo de vivir en ese lugar sin límites de la miseria. Cuando el hombre no tiene cubiertas sus necesidades básicas la violencia se desata, la masa se junta para intentar cambiar el poder, porque éste es insostenible, eso mismo pasó en el siglo XVIII, con la caída de la monarquía francesa, fue el fin del Domine y la Clerecía o del señor feudal y del clero, instituciones que al ser abolidas dieron inicio a la Modernidad y al cambio de poder.

Torres Bodet, cuando se estrenó la película de Los olvidados de Buñuel estaba muy enojado por la visión de miseria y brutalidad que dejaba la película de México en el extranjero, pero esa mirada sobre el país se ha vuelto incluso más dura; ahora se le agregan las migraciones forzadas, vivimos en el siglo de los exiliados por la guerra y la pobreza. Para Zygmunt Bauman la sociedad puede verse dividida en dos: turistas y vagabundos. Ninguno tiene apego a la tierra porque ya todas las capitales son idénticas, ciudades industrializadas, con centros comerciales y lugares de comida rápida, donde los que tienen dinero –los turistas– pueden satisfacer todos sus deseos y conseguir los mismos productos en cualquier parte del mundo, por ejemplo, una hamburguesa se puede pedir en Japón o en México. No se necesita tampoco conocer el idioma mientras se tenga fondos suficientes; los vagabundos observan esa vida y desean tenerla, eso los hace ir de un lado al otro tras ese espejismo de felicidad; para los Latinoamericanos sería el sueño Americano. Antes en México el sueño era irse a la capital del país, hacer fortuna, pero hace años que la capital está sumida en orines y en pobreza.

El miedo se ha agudizado en los últimos meses, ataca por diferentes frentes: una tos, la noche, ser normalista, no tener contrato de trabajo, ser viejo y vivir con unos adolescentes irresponsables, vivir en el Estado de México, en la frontera, ir a la tienda, escuchar cuando papá quita la corcholata de la cerveza, que una pick up me cierre el paso, que un policía me detenga, ser mujer y pasar de lado de un camión de granaderos o de un retén militar, ir al catecismo y quedarme sólo con el cura, ser migrante y dormirme sobre los fierros de la Bestia…
Crece la furia del lobo al sentirse amenazado,casa por casa el terror toca puertas, ya no hay descanso, vivimos con la guardia levantada; los aullidos se multiplican por el barrio y de repente los corderos se tornan jauría, aprietan el cuerpo, enseñan los dientes. La violencia se dispara en un segundo como el ejemplo de aquel doctor golpeado porque no dejaba entrar a los familiares de un muerto por la COVID en la clínica 24 del Seguro Social en Azcapotzalco, como tantos vengadores anónimos que disparan a mansalva contra sus propios demonios, como aquel ratero y asesino del Estado de México que mató a un pasajero del transporte público después del asalto para demostrar "que iba en serio".

La violencia se desata contra aquellos que a ojos de la masa cargan con la culpa: "los perseguidores están convencidos de la legitimidad de su violencia; se consideran así mismo justicieros; necesitan, por tanto, víctimas culpables […] la certidumbre de estar en lo justo anima a esos mismos perseguidores a no disimular un ápice sus matanzas", escribe René Girard. La muchedumbre justifica sus actos al mezclar realidad y fantasía para creer su cuento. Necesitan hacerlo porque sino sería un acto injustificado,serían asesinos, como los verdugos de los judíos en el medievo, como la matanza de normalistas por los Cristeros, como el asesinato de brujas en el Renacimiento, como la violencia ejercida sobre negros y latinos en Estados Unidos, como el odio a la comunidad LGBTTTIQA, como la matanza del comendador de Calatrava en Fuenteovejuna…       
El poder no es violencia, decía Hannah Arendt, pero la mayoría de veces, el poder termina siendo ejercido de forma violenta. La muchedumbre no tiene el poder, creen tener la razón, piensa que sus actos restituirán un orden perdido, para ello es indispensable el sacrificio de algunos chivos expiatorios, confunden violencia con poder y sus creencias con una verdad científica.

Un chivo expiatorio es el depositario de todas nuestras violencias, las cuales no podemos ejercer sobre el vecino, los amigos, en los familiares, porque alguien podría vengarlos, por ello se requiere que toda la comunidad se convierta en muchedumbre, que no tenga un rostro y que el chivo expiatorio esté indefenso, sigo de cerca a Girard. El tiempo que dure la violencia se vivirá en un espacio de indeterminación, no habrá cultura, porque se habrán roto las normas de convivencia, la comunidad quedará destrozada hasta que se restablezca la paz, la ley, hasta que la población haya aniquilado su miedo, su frustración, su anhelo de "justicia".
La literatura y el arte en general exponen los sentimientos del hombre, no sólo describen su devenir en el tiempo como lo haría un historiador. El poeta Lasse Söderberg, quien acaba de ser galardonado con el premio Sorescu y del cual hay una muestra de su poesía en este número, nos dice: "¿Para quién escribe el poeta?/ Para todo lo errante y sufriente,/ para todo lo que es incesantemente abatido". Como los pobres, los exiliados, los destrozados por la violencia, para cualquiera en estado de indefensión, para los chivos expiatorios que están solos enfrentando una inmerecida condena, para los que no pueden ni pudieron ni podrán acusar a sus verdugos; para todos ellos, el poeta.

Lo mismo sucede con Raúl Zurita, quien cantó a los desaparecidos, a los violentados, a los muertos por la dictadura de Pinochet. El escritor también acaba de ser reconocido con el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y en este número contamos con dos grandes ensayos de Jorge Boccanera y Manuel Illanes, los cuales tocan varios puntos cardinales de su poesía, signada por la violencia, pero sobre todo por el amor.
Vivimos en un tiempo convulso, el inicio del siglo XXI es cruento, se vive un estado de crisis; si bien el arte es producto de ésta, también busca entenderla, hacerla suya, cantar a los chivos expiatorios que no tienen voz, como lo hacen los escritores mencionados con anterioridad, pero no son los únicos, en este número también contamos con una muestra poética del chiapaneco César Trujillo, del peruano Nilton Santiago, de José Eugenio Sánchez, además, de un cuento del maestro Agustín Monsreal, entre otros.
El poeta es el cantante del dolor, de la tristeza, de la muerte, del amor, en fin, del hombre como individuo, nunca lo será de la muchedumbre, de aquellos que no toman el destino en sus manos, la jauría no es el lobo, sólo su mordida y su rabia. La masa no tiene rostro ni sentimientos propios, abandona su humanidad por una violencia que termina siempre devorándola, convirtiéndola en verdugo de "su hermano, su semejante", aunque crean matar por un mundo mejor.