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Canción para no morir en el destierro. Francisco Trejo

francisco-trejoFrancisco Trejo, poeta mexicano, galardonado con el VI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019 (Ecuador), nos comparte sus nuevos poemas.

 

 

 

Canción para no morir en el destierro
Francisco Trejo

 

El parricida
                                A Carlos Humberto López Barrios

                        Uno nunca sabe cuándo saldrá de casa
                                     para encontrarse con la poesía
como quien encuentra la muerte en una conversación

Lloré hoy, Humberto, al recordar nuestra charla
sobre Santiago, el hijo que trajiste a la vida
como un libro de piel amorosa.
Hablaste de lo que significa tenerlo cerca,
porque lo miras con los ojos de un Cristo
y te aferras a los maderos de su cuna,
desde donde no existe otra cosa distinta del amor
por el que descubres tus costillas
y recibes cualquier lanza de este mundo.
«Que un padre entierre a su hijo es,
absolutamente, antinatural», dijiste, y te creo.
Pienso ahora en tu madre, la que ―lo sé por ti―,
no dormía por esperar a sus hijos hasta las 4 de la madrugada
para darles de cenar, porque la vida es hambre
y la tuya ha sido siempre
la de la libertad que buscas, desde niño,
en los platos pobres de tu país con las piernas rotas,
el mismo que llevas como elegía en tu cabello encanecido.
¿Qué sería de ella cuando te exiliaste?
¿Qué trabajo le costó venir a México para verte de pie?
Debes saber que en tu madre veo a la mía,
porque todos los ojos de las madres se despabilan
sobre las mismas ojeras
y sobre el mismo mentón tembloroso por la desesperanza.
Aquí confieso mi crimen encubierto, como mi propia sangre,
el alud de mi voz que sepulta los bosques más bienquistos.
Ayer le lancé flechas a mi madre
y cruzaron su pecho sin coraza
cuando le confesé, entre rabia y lamentaciones,
la gran aspiración de todo ser atormentado:
salir pronto de los huesos
                ―apando natural y deleznable.

 

Patria verdadera

                A Saúl Ibargoyen

El poeta no muere una vez:
se despide, en cada verso, de las cosas del mundo,
como un Midas que pierde lo que toca.
Sin embargo, hay un epitafio en común
para los poetas del exilio
en el país como mancha de tinta:
Murió de pie, con el pañuelo de la amada,
para que alguien amarre sus huesos al rosal de la existencia,
porque vendrán a la espina otros pájaros migrantes
con el mismo hueco en la elegía.

 

El mito de la lluvia

No se explican mis padres cómo hicieron el amor
para que yo naciera enfermo del más peligroso de los bienes.
Han de turbarse cuando pronuncie sus nombres
con una fuerza de viento inusitado
y cuando descubran que mi amor, siendo lluvia,
prefiere caer, cual bálsamo,
sobre la carne adolorida de los yermos,
antes que acabar en el fondo de la copa
donde el mundo reserva su cicuta.

 

Cajón

                y escondo como tú, soberbio y mudo,
                bajo el negro jubón de terciopelo,
                el cáncer implacable que me muerde

                AMADO NERVO

¿Y qué si alguien se oculta en las esferas de sí mismo?
¿Qué si se guarda en sus enigmas para siempre?
¿Nos veremos obligados a salir, no sólo de la vida,
sino también de la mudez —nidal adentro—?

El cajón de la poesía
es lugar para guardarse armadillo
del mundo y de sus perros.

Si alguien entrara aquí, a mi estancia de aire,
si corriera la puerta y diera un paso hacia mi sombra,
descubriría que mi sueño de ánsar
pesa en el vuelo lo que pesa cualquier vida.

Acaso le sorprenderían, ocultas en él,
las mismas plumas del dolor
que levantan el polvo de estos versos.

 

El petrificado de Pompeya

                                A Erik González

Veo la imagen de un hombre convertido en piedra:
escultura tallada por la cólera del Vesubio.

Los huesos visibles en la longevidad de sus extremidades
son serpientes frenéticas que abandonan carne y epidermis.

Su muerte —misteriosa permanencia—,
es el fósil del mar: rastro absoluto en todas las especies.

Y yo me miro en su aspecto atribulado.

Cuando reviente el cráter ancestral de mi zozobra
y pavesas de nervios inhumen mis vísceras,
seré mi propia estatua: 
la del hombre retorcido,
petrificado en el intento de huir en la poesía.

 

Canción para no morir en el destierro

Jamás parirás, poeta,
pero ya has sentido los pesares agudos del alumbramiento.

¡Ay de ti, plenilunio! Cómo nace tu poesía a fuerza de cesárea
con el bisturí que son los otros.

¡Ay de tu herida, ruiseñor! Cuánta sal de sátiros
cuando pronuncias tu dalia frente al cardo.

¡Ay de ti, trashumante!
Cuánto ruido de tambores en tu pecho sin bandera.

 

Rieles y durmientes

Cuando veo imágenes de los migrantes centroamericanos
en el techo de un tren, también me veo a mí mismo
asido al monstruo de energía, a la veloz Caribdis que es el mundo.
Ahí van los extranjeros, exponiéndose a los buitres.
Se van hiriendo con los filos de la memoria
y con el hambre de ser otros en la felicidad.

*

Háganme caso: soy la metáfora de ellos.
Expatriado de mi cuerpo,
siempre busco llegar a otra parte
cuando no encuentro la mano de la muerte.

 

Monólogo del bufón

                Poeta, ¿qué es la risa?
                «Es un puente sobre las aguas del llanto construido»

                Emilia Ayarza de Herrera

Todos somos víctimas
en la puesta en escena que seguimos escribiendo.
Pero no todo juega a ser lágrima en el drama, Abigael.

Siempre hay humor para elegir morirnos de la risa.

Y a veces somos magníficos bufones,
merecedores del aplauso,
cuando aprendemos a reír
de la tragedia
de estar vivos.

 

Herrumbre y dromedario

Nací enfermo de estar vivo
y llevo más de veinte años sin la mentira del remedio.

El vértigo, el pesimismo y la piedra de la cólera
son los mayores síntomas, la otra piel, de mi nostalgia.

Mi cuerpárbol de aves abyectas
se disipa en parvadas, en diásporas de sobresaltos.

A menudo me siento incompleto:
sólo tengo rostro en la poesía —arañado, pero mío—.

Toco las palabras con la humedad de mis vísceras
como se toca el paladar con la punta de la lengua.

Yo nací con pesadumbre: soy el agua que agoniza sobre el hierro
y mira distante la garganta del mundo dromedario.

 

Francisco Trejo(Ciudad de México, 1987) es poeta e investigador, maestro en Literatura Mexicana Contemporánea por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Penélope frente al reloj (2019), Balada con dientes para dormir a las muñecas (2018), De cómo las aves pronuncian su dalia frente al cardo (2018), Canción de la tijera en el ovillo (2017), Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles (2017), El tábano canta en los hoteles (2015), La cobija de Ares (2013) y Rosaleda (2012) son algunos de sus libros publicados. Una muestra de su obra está incluida en la Antología general de la poesía mexicana. Poesía del México actual. De la segunda mitad del siglo XX a nuestros días (2014). Entre otros reconocimientos, obtuvo el VIII Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2012, el XIII Premio Internacional Bonaventuriano de Poesía 2017 y el VI Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2019.