iban-de-leon

Calles del cuerpo anochecido. Ibán de León

iban-de-leonLes ofrecemos una selección de poemas de Ibán de León, poeta mexicano, ganador del Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde (2018) y Premio Nacional de Poesía Amado Nervo (2014), entre otros premios nacionales. Los presentes poemas forman parte de sus libros Pan de la noche y Calles del cuerpo anochecido

 

 

 

Calles del cuerpo anochecido
Ibán de León

 

Es mayo otra vez, mamá.
Y llueve.
Sobre el afán de mis papeles ha caído un recuerdo llamado carcinoma.
Se llama carcinoma esta mañana con su tierra mojada,
con la ropa húmeda que tendimos de noche y hay que lavar de nuevo.
Es la primera lluvia que no limpia, que levanta el calor del pavimento con sus orines viejos. Tú estás en el cuarto de hospital, en medio del dolor y los reclamos.
Estás ahí rendida, pidiendo entre sollozos que te lleven a casa a morir en tu cama.
Ha llovido en la noche una primera lluvia de cangrejos.
Amaneció nublado y parece domingo.
Son las siete, tal vez, casi la luz. 
Mi hermano Gil y yo vamos a ver, buscamos.
Es una playa extensa junto a un mar implacable que revienta su espuma entre la arena.
Agua turbia del aire nos golpea al llegar, sentimos frío.
Armados con las pinzas para el pan, cada quien con su bolsa.
Con la primera lluvia emergen los crustáceos, salen del corazón de la mañana.
La consigna es capturarlos con cuidado. Luego irán a encontrarse en la cubeta.
La consigna es capturarlos suavemente, buscarlos bajo piedras, entre hojas.
Acorralar la línea de sus huellas.
Es el manjar de un día, una muerte que vuelve cada año y alimenta las bocas de tus hijos, de otros hijos que fuimos cuando niños.
Sólo una vez al año, sólo con la primera lluvia.
La miseria nos dio, a mediados de mayo, una carne prestada para engañar al hambre.
Hay una gran tristeza en todo esto: matamos para ser, siempre es así.
Se llama carcinoma este platillo donde sueñan el chile y el laurel.
Y el frijol y las hojas de aguacate.
Mientras muere el cangrejo atravesado por su propia tenaza,
otro cangrejo clava en tus pulmones la tenaza del miedo.

 

El sendero y la puerta

Me he sentado en la piedra de este día
para observar la edad de los que cantan:
bajo el pretil sueñan gorriones
con corceles viajando hacia tu falda,
fatiga del poeta que le escribió al amor
sobre el dorso de un cristal.
(Otra Fuensanta erguida en el misterio
de una ciudad que va por mis zapatos como frío relámpago.)

Hay un charco en tu voz hecho de algunas lluvias que olvidamos
cuando el sol nos pobló la madrugada.
Y suenan tus palabras como tarde de mayo,
como cálida yedra invadiendo las grietas
de un adobe empotrado en esta página.

Hoy te pienso y recuerdo dónde estaba
la noche en que perdí
los frutos del hogar.
Era invierno, sabrás, lluvia menuda.
Tú venías sonriendo en una carta
arrojada al encuentro de mis huesos.
Una carta no escrita
en la que puse tu nombre junto al mío
para luego borrarlo.
Porque no existe, cuentan, tiempo en la distancia,
porque el amor negado no es amor
sino hierba abrasada por la escarcha
antes de ser la hierba.
Y al decirlo tu rostro, que imagino detrás de una ventana,
se aclara en su altitud
como nube primera anegando las horas del regreso.
El mundo se reduce a esta piedra, donde te pienso
lejana y habitada por un sueño de equinos
que los gorriones buscan.
Tan sencillo el amor, a veces se abandona
en las manos del otro.

 

Cencerros

Vaca parada en siete años que me habla como a un mejor amigo,
que me cuenta que ayer le duele el mundo
y que ha visto crecer las ramas de una barda por donde antes
un vidrio cristalino:

«Corríamos la pradera con sus verdes,
los amarillos soles que ya rojos amarillos retornaban,
el pasto entre los fríos del otoño,
sereno de maizales hasta allá donde la vista»,
eso me dice
la vaquita parda,
tiznada por el lodo de un llover de chapulines.

Y está la casa mía,
la húmeda coyunda de alcanfor,
de ruda que se muele en el aroma de la tarde.

La vaca se nostalgia cuando es martes y hay un camión que pasa
a levantar los restos de una perdida borrachera;
vaquita de la leche de amaranto
toma mezcal ya mucho el deterioro de los pájaros,
le canto yo,
muy ruiseñor que abundo madrugadas.

Y si el peruano andara por aquí diría son dos cursis,
la pena nunca es pan para los muertos
que se viven muy debajo de nosotros con su tierra de muertito
donde amarran un amor desesperado y también muerto.

Vaquita se levanta de mañana y sale a caminar:
el sobrepeso, anuncia, la vida saludable de las vacas
que se quieren a sí mismas.
Escribirá un tratado filosófico,
un gran poema metafísico que al mundo asombrará:
genio la vaca, la gran pensante rumiadora de origen vegetal,
vegetariana.

«Ahí viene el llanto, amigo, sueña»,
y me da dos golpecitos en el lomo,
sus pezuñas son la prueba
del amor que se alimenta de rastrojos.

No llores, me ha decido,
vaquita del color de mis castillos
construidos con el agua de la lluvia que es abril y que nos mancha
la camisa del recreo.

Mi amiga verdadera,
son metáfora de un barco tus pupilas,
un arrullo de montañas y montañas de la sierra de Oaxaca
donde te hicieron, te nacieron, las yerbitas de los montes.

 

SEMBLANZA

Ibán de León (Oaxaca, 1980) es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM, 2009-2011). Es autor de los libros de poesía Oscuridad del agua (ISC, 2012), Estaciones nocturnas (FETA, 2016), Pan de la noche (UAZ, 2019) y Calles del cuerpo anochecido (Acá las Letras Ediciones-Coneculta Chiapas, 2019). Ha obtenido, entre otros, los siguientes reconocimientos: Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2018, Premio Nacional de Poesía Rodulfo Figueroa 2018, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2014 y Premio Nacional de Poesía Sonora 2011.