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Los ojos negros de la noche. Roberto Acuña

roberto-acunaRoberto Acuña, escritor mexicano y profesor de la UNAM, nos ofrece una muestra poética de su nuevo libro Los ojos negros de la noche. Sobre la poesía de Acuña ensaya Ismael Santiago Rojas.

 

 

 

Los ojos negros de la noche
Roberto Acuña

 

La victoria de la carne en  Los ojos negros de la noche
de Roberto Acuña

¿No trae el color de la noche todo lo que nos entusiasma?
Novalis

mientras tu vientre al que mi labio inclino,
es un vergel de lóbrega espesura
Efrén Rebolledo

Por la carne también se llega al cielo.
Gilberto Owen

En  Los ojos negros de la noche (Surdavoz, 2019) de Roberto Acuña la carne triunfa porque los amantes se convierten en un sólo cuerpo; para llegar a esa victoria se avanza a tanteos en busca de la luminosidad de la carne. En el poemario se evocan imágenes visuales, táctiles y olfativas, pues por medio de éstas el yo poético expresa el encuentro con la carne. Por otro lado, la noche es el espacio propicio para el acto amoroso, pues la oscuridad azuza los sentidos de los amantes. Así, en la noche se despiertan los deseos más íntimos del noctámbulo porque en la oscuro todo está permitido ya que se tiene la certeza de no ser visto.

El poemario inicia con el epígrafe de unos versos del «Nocturno» de Xavier Villaurrutia; así, queda de manifiesto que en los poemas habrá una atmosfera angustiosa y una especie de erotismo terrorífico. La noche, el silencio, el desdoblamiento y el grito angustioso serán los elementos principales de Los ojos negros de la noche. Pero hay que señalar que Roberto Acuña no imita al autor de Décima muerte, sino que parte de su poesía para crear una voz propia, pues si bien se advierte en los primeros versos una atmósfera villaurritiana, pronto descubrimos que los poemas toman una dirección propia: avanzar de un estado de sombras a un subvertido lugar de goce pleno de la carne.

Por otro lado, Acuña señala a otro poeta de los Contemporáneos, Gilberto Owen, a través de un epígrafe: «Nadie me dijo el nombre de la rosa, lo supe con olerte», verso que es desautomatizado para expresar el propósito del poemario de nuestro autor: la búsqueda y encuentro de la carne: «Nadie me dijo el nombre de la carne, / Lo supe con olerte».

En el poema de Acuña la carne no sólo se reconocecon el tacto sino con el olfato; carne que se vislumbra, es decir, que apenas se reconoce, sin embargo se advierte su sabor lagrimal, salado, pero también de azúcar y acíbar. El encuentro con la carne tiene una policromía de sabores:

Hoy, cuando dejaste
abierta la llave de tu cuerpo,
vislumbré el misterio del crepúsculo:
redondez de lágrima.
Azúcar y acíbar del retorno
Oleaje de retorno.

Por otra parte, Roberto Acuña alude a un poema célebre de Luis G. Urbina,  por una parte, quizá para rendirle un homenaje y, por otro lado, para crear su propia voz poética a partir de una tradición literaria. El poema referido es «Metamorfosis», el cual tiene una estética romántica y modernista. Acuña utiliza el mismo título para su poema. El poema de Urbina tiene como tema principal el desdén: la imposibilidad del amor. Cito unos versos: un beso enamorado / de una mano que tenía / la apariencia de un lirio desmayado… debido al desdén la mano del besose volvió un suspiro. Por su parte, Roberto Acuña, opta por el sendero de la posibilidad del encuentro erótico: «La boca de mi mano acaricia / el tacto de tu pubis».

Tanto en el poema de Urbina como en el de Acuña, las manos son las protagonistas, las artífices de la sensualidad. Ambos poetas adhieren a la mano la función del gusto, pues son manos que besan… En Urbina es explicita la metamorfosis: un beso de una mano que se convierte en suspiro. En Acuña la metamorfosis consiste en que los amantes se funden en un cuerpo: Labio a labio oscurecemos, / somos selva, negra llama del río. En este mismo poema el tacto, olfato y gusto constata el triunfo de la carne: De tus glúteos mi tacto / la flor del olfato muerde tu locura / se agitan y escurren los caimanes de mi boca.

En  «Plenilunio», primer poema del libro, el yo poético expresa el deseo del encuentro con la carne con el grito reiterado: Plenilunioplenilunioplenilunio, pues ¿acaso con  este grito no se está invocando la pleni-tud de la carne?Asimismo este grito expresa también la angustia de hallarse extraviado, sin luz,  en una especie de selva selvaggia, un bosque salvaje, en donde se busca una luz para mitigar los miedos del infierno.

            Sueño insomne
Tanteo la noche y sus infiernos.
Loza de dientes hechos polvos,
pasos de sombra sin tregua,
destino sin albas,
mi destino.

La oscuridad provoca que la carne sea luz, porque quien camina insomne en busca de un cuerpo utiliza los otros sentidos para encontrar ese halo que mitigue la orfandad del deseo: A unos pasos siento la serena / tormenta de tu desnudez.  Este oxímoron, serena tormenta,  expresa que la angustia del yo poético cesa, y por otro lado, anuncia la victoria de la carne: entregarse con arrebato al encuentro erótico.
A lo largo de Plenilunio el cuerpo de la mujer aparece en forma de luz, de ahí que haya señalado líneas arriba que en  Los ojos negros de la noche se busca la luminosidad de la carne:


fragmentos de mi luz, cal morena,

A lo lejos
la luna en tu carne revienta sus oleajes.
….
Me precipito dentro del círculo de mi deseo,
me encarno a los cristales de tus reflejos.
….
En los vitrales de tu cuerpo
el mío enmarca los colores
….
La noche arde en la luna de tu cara

 

En cada uno de los versos hallamos la luminosidad del cuerpo femenino, la luna y  los vitrales, en los cuales se precipita el yo poético. La unión y victoria de la carne se manifiesta con un verbo muy sugerente en uno de los versos citados: encarnar, es decir, introducirse a otro cuerpo para formar uno sólo.
En Los ojos negros de la noche Roberto Acuña crea imágenes sensuales para expresar la victoria de la carne; la carne es la luz, la cual no necesita ser vista por los ojos sino percibida por los otros sentidos; por eso la luz es negra: negra estrella, negra llama del río en donde sólo se escucha el chapoteo de dos cuerpos en el agua.
Ismael Santiago Rojas

Los ojos negros de la noche

Y si amanece de nuevo
y la vida o lo que el tiempo
ha hecho conmigo
alborotan las cortinas de mi cuarto.
Si amanece,
si amanece en este rincón
de cuatro por cuatro respiraciones,
de cuatro por cuatro vacíos que sosegados
aceptaron al fin la noche,
porque al fin la noche es
una mancha de tinta,
el balbuceo del mar a solas…,
y la nocturna isla, por fin,
hastiada de sueños náufragos
no espera más viajes o soliloquios
sobre su arena marcada
de ausencias y de cansancios,
de olvidos errantes, sin ruidos,
deslavada, diluida ya en las pupilas del mar,
sin palabras, sin tesoro al fin,
sin sonido que alumbre un hallazgo.

Imposible,
aun si amaneciera
en un cuarto con ventanas
que dan a otro edificio,
en un departamento de INFONAVIT,
en una ciudad de ratas y furias de neón,
de mazazos de hierro y de hambres,
de víboras devorando pichones de ovejas
de trasquilada patria, cuando la patria era
y las ovejas balaban negras
en la blancura de la noche.

Imposible esperar un piélago de cantos
en este fermento de gargantas.
Ahora que mi deseo y mis insomnios
han encanecido sus marinos
y que las sirenas
al fin se han quedado sin barcos,
negras y solas en los libros,
el sueño abandona mi habitación,
será inquilino de otras cabelleras
que serán ríos de panteras enlazadas,
de sombras desembocadas,
de agua y sal heridas
en bocas de otras bocas,
en sangres de vocabularios imposibles
con la misma urgencia de desbaratar
letra a letra el cuerpo
hasta dejar viva la carne
en su alegría de dolor hallado,
de magnolia abierta,
en su erupción de muerte viva
treinta metros debajo de ellos,
diez mil años debajo de ellos,
de todos nosotros, infatigable
como una tormenta en medio del mar,
como un loco aferrándose a su infierno;
blanca juventud,
macizo trópico,
ballenas febriles,
corazones mordidos,
sangrando
sin querer poner la cicatriz
aún de un nombre,
de uno sólo
porque junio,
ese junio que nos enferma todo
y que tarde o temprano nos amarga
aún no nace
en la frescura de esas sombras,
de ese futuro que cree en el futuro.
Junio de zumos tristes,
junio de soledad,
de voz de cántaro roto
al fin puedo,
incluso molido de sentimiento,
a pesar de que amanezca
desmoronado y moreno de amor,
poner de espaldas las cortinas a todo
y mellar el filo de los cuchillos del goce
en este marco sin espejos
de cuatro por cuatro,
en mi muerte de cuatro por cuarto;
sin paz ni guerra, sin ojos
que sustenten estas manos,
sin labios que ardan
esta voluntad finada
y fincada en mis propios huesos,
en esta inmovilidad de volutas
y raíces de polvo
sobre bailarinas de porcelana rotas,
sobre recuerdos que serán olivos
de algunas fotografías sin paisaje,
de sombras que se quedaron dormidas
cuyos rostros nadie sabrá leer
porque no tendrán sentido alguno,
porque ya es imposible
buscar una luz
en los ojos negros de la noche.

 

Samsara

El techo es demasiado bajo para buscar estrellas.
No busco nada más que tus ojos.
Perdido en medio de ti,
en el decentro de ti misma,
pestaña a pestaña te me entierras.
Vivo muero, reencarno,
me remuevo y muerdo
la manzana de tu vientre.
Dorado ardor,
roja semilla de agua.
Sólo entramos al paraíso por el incendio,
tiembla, se abre, germina la llama.

Tu boca no es tuya,
sostiene mi equilibrio.

Sólo por el incendio.

Eres la cuerda y el aire bajo mi carne.
Arco y Lira
que no busca consuelo,
flecha sin diana,
gemido a gemido sin reposo
y siempre centro,
siempre hondo,
espina central, universo.

Te curvas,
constriñe el arco su infinito.
Tiembla la llama, la flecha, la raíz,
la semilla enrojecida, el agua,
instante y olvido.
Derrumbe a derrumbe
la carne encuentra sus sombras.

Se abre el cuerpo, me precipito.
Incendio y herida,
cicatriz
memoria que guardamos siempre,
sólo el escozor de dos cuerpos,
sólo el dolor es querido
en el breve gemido de la muerte.

Jadea el ala y la flecha de la noche
Penetra,
vibran los lotos de tu piel.
Se conmueve y se consume el zodiaco
de nuestras vidas.
Tus ojos en mi ceguera.
Me buscas encarnada en la obscuridad
Centro
Noche
Incendio
Paraíso
El cielo es demasiado bajo para buscar estrellas.

 

Blue prelude
                    a Nina Simone

A qué ritmo, con cuál garganta,
bajo qué juego de luces o de ausencias
me marcho
sin importar tu voz
dejada en la herida
de una pregunta o un ruego
que se muerde la cola para no llorar.
Al sangrar alumbra el abandono
y la desteñida constancia de todo;
de aquella noche que es ésta
y será la próxima
y por ello no interesa contar
los giros de la soledad sobre la mesa
ni la luz sobre los ojos
que pacientemente me he hecho con mi voz,
con esta boca recién desenterrada,
con esta muerte que ya mis labios
heridos de tanta vida rechazan
por el agror de otro aliento
y otra boca
que ha empezado, sin yo quererlo,
sin saber cómo,
el dulce proceso de una nueva agonía.

 

Roberto Javier Acuña Gutiérrez (Ciudad de México). Es escritor, profesor universitario en la UNAM y maestro cervecero en Chupamirto Casa Cervecera. Autor de dos libros de poesía. Ha obtenido algunos premios literarios y ha colaborado en distintos medios de difusión cultural como El periódico de poesía de la UNAM o la revista Ritmo.