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Rodrigo Hernández Vera. Un cuento

rodrigo-hernandezMiembro del Taller de Creación Literaria de la Facultad de Economía de la UNAM, Rodrigo, da muestras de sus aptitudes narrativas, y ya cuenta además con incursiones interesantes en la poesía.

 

 

 

Morirnos de sed
Rodrigo Hernández Vera

El hombre se niega a decirnos su nombre, a pesar de que se lo rogamos cada vez que entra al cuarto; siempre a contarnos la misma historia.
Frente a mi casa había un terreno baldío –dice con la mirada loca, como si ya no estuviera frente a nosotros, o sí, pero más bien como si no le importáramos mucho; tal vez nada- y con sólo asomarme a la ventana podía abarcarlo todo,  porque no era demasiado grande: un parche en medio de altas construcciones y rozado por los autos desesperados de todos los días.
        En temporada de lluvias se volvía salvaje – y sube el tono, porque es lo único que importa ya, él y su voz. Nosotros, a pesar del ruido que hacemos para llamar su atención, hemos desaparecido del mundo ¿alguien piensa en nosotros allá afuera, nos buscan? Y sigue- el verde lo cubría todo, se desbordaba hacia la banqueta, trepaba las paredes de los edificios aledaños, las plantas eran dueñas absolutas de su pequeño terreno. Tenía unos cuantos árboles jóvenes de los cuales no aprendí nunca su nombre y me arrepiento tanto de no saber distinguir más que unas pocas especies; esos árboles acompañaban a una misteriosa palmera que un día creció de la nada y ya había alcanzado casi tres metros antes de aquel terrible día- le brilla el odio en los ojos, casi lo dirige hacia nosotros, pero se contiene.
        Había algunas tardes lluviosas en que me dedicaba a aventar, desde mi ventana, semillas de todo tipo hacia el verde enjaulado en su lote. Lancé frijol, maíz, durazno, ciruela, aguacate, con la esperanza de que empezaran a crecer desenfrenadamente como todo lo demás. Quise intervenir, aunque fuera un poco, en el surgimiento de lo que veía.
        Pero una mañana –respira agitado, loco, está loco y como en trance, casi extasiado-, en lugar de amanecer con el verde y su desmesura, desperté sólo con el ruido. Los camiones, las cuadrillas de trabajadores, las sierras y podadoras se apresuraban a devorar todo lo que cubría el baldío: en medio día desapareció por completo lo que hasta la noche anterior parecía imposible de vencer, y en su lugar quedó únicamente basura, escombros, restos de vida que se iban secando al sol.
        Al día siguiente regresaron –entonces, por primera vez desde que empezó a hablar, reconoce nuestra existencia; nos mira serio, le tememos-  y pusieron su aviso: se haría un edificio de departamentos, así, como si nada, como si no existieran ya demasiados. Mientras leía el letrero quise correr escaleras abajo y gritarles –y nos grita- que hacer eso no significa nada, que el progreso ya no se construye hacia arriba ni sobre las ruinas antiguas. Sí, se acabará todo y moriremos de sed, ¿por qué apresurar el desgaste, el hambre, secar al mundo; por qué vencer al equilibrio natural en nuestro favor, aunque sólo sea una ilusión, y sin naturaleza no quede tampoco nada de nosotros? Pero sobre todo ¿por qué la palmera extraña, que un día surgió de la nada y ya alcanzaba los tres metros, no tiene lugar en el mundo de los departamentos de acabado fino y dos recámaras?  –y nos vuelve a ignorar. Tenemos tanta sed y hambre porque pasan semanas enteras sin que nos recuerde; sin que se acerque a nuestra prisión improvisada en un cuarto de su casa.
        Sólo espero que un día –dice mientras se va, abandonándonos de nuevo, sin darnos agua ni nada. No le importa cuantas veces le digamos qua sólo seguíamos órdenes, hacíamos nuestro trabajo; no le importamos nada-, que un día,  en el terreno baldío frente a mi ventana, el verde vuelva a apoderarse del terreno, que la palmera crezca de nuevo para decirnos que no podríamos ser lo que hoy somos sin ella en primer lugar.

 

Rodrigo Hernández Vera nació el 26 de junio de 1989 en la Ciudad de México. Actualmente es miembro del taller de creación literaria de José Ángel Leyva y tesista de la licenciatura en Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM.

 

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