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Gabriel Trujillo. Sobre la poesía y Poemas civiles

gabriel-trujilloPara el autor bajacaliforniano, quien es conocido también por su labor de divulgador de la ciencia y cultivador de la ciencia ficción, la poesía es un asunto vital, pero también algo que toca la médula de lo social. Unimos dos propuesta en una sola reflexión y una misma poesía.

 

 

 

Poemas civiles: una explicación no solicitada
Gabriel Trujillo Muñoz

Escribir sobre el país de uno sucede a diario. Hay tantos motivos de queja, tantas cosas que están mal, tantos abusos visibles desde cualquier punto de vista. Plasmar tu realidad en sus claroscuros se resuelve, por lo común, con la escritura de una crónica periodística, un artículo de opinión o un relato tremendista, para mencionar los textos más obvios. Hacer de tales afrentas materia poética es otra cosa. Claro que se puede intentar el poema mitológico al estilo de Pablo Neruda. O acercarse al conflicto social desde la rudeza de un Ángel González, el cinismo de un Bertolt Brecht o la ternura de un Miguel Hernández. Hay quienes sólo cuentan su dolorosa orfandad en una patria que les da la espalda, como en la poesía de Jorge Humberto Chávez.

Yo decidí reflexionar sobre México como un acto de conciencia pública, como una demanda de claridad por el país que hemos dejado malbaratar con los ojos cerrados. Por más que buscaba una poesía que pusiera el dedo en la llaga, no pude encontrar, cuando comencé a escribir sobre el estado de la nación mexicana en 2010, 2011, poemarios que hicieran referencia a la situación catastrófica en que vivíamos hacia la segunda década del siglo XXI. Yo quería una poesía que mirara al mundo de frente, sin subterfugios, sin pretextos. Que el poema no fuera la otra realidad sino ésta que estamos padeciendo aquí y ahora. Que el verso fuera un purgante, una curación radical.
De ahí, de esa desesperación y agonía, nacen los textos que conforman mi poemario Poemas civiles (Amargord, España, 2013). Son apuntes al vuelo de un país metido hasta el fondo en una violencia que se expande, que se multiplica por todos los resquicios del cuerpo social. Son dibujos al natural del horror cotidiano, del sentimiento compartido por los mexicanos en su travesía sangrienta. Porque la poesía, para ser un instrumento vital, debe primero ser honesta consigo misma, debe demostrar de qué está hecha como emoción y desafío, como verdad en carne y hueso. Por eso escribí:

Me indigna
Mi propia indignación

Que mi patria sea
Versos y no actos

Palabras
Y no vidas ganadas
A la desolación
A la masacre

Poemas civiles me fue publicado en España (en México no hubo interesados en publicar una poesía como ésta, tan ajena a barroquismos y juegos conceptuales), con un dibujo de portada del poeta Antonio Orihuela, por la editorial Amargord (Huelva-Madrid). Es, lo admito, una obra creada bajo la sombra ominosa de la guerra contra el narco. No es un diario de desastres ni un poemario de protesta, aunque algo tiene de ambos. Es, sobre todo, la vida ciudadana en verso, el canto de lo irremediable escrito por uno más de sus testigos. ¿Para qué negarlo? México me duele, como a tantos. Lo que Poemas civiles expresa, en temas y perspectivas, es la mezcla de emociones conflictivas que experimentamos, como sociedad y como individuos, en un momento abrumador de nuestra historia, cuando los lazos comunitarios se rompen y sólo queda el sálvese quien pueda como último recurso. No es un momento glorioso para nadie. No es una época de la que podamos sentirnos orgullosos de ser parte suya. Pero la poesía es un género altamente dotado para encarar tiempos difíciles, para explorar los males que nos agobian. Eso es lo que he pretendido hacer en este libro:

Queremos algo más
Que un partido de futbol
Que una pelea de box como terapia colectiva
Que un billete de la lotería como única esperanza

Queremos algo más
Que un paisaje de película
Que un horizonte inmaculado
Que una realidad maquillada para que siempre se vea bonita

Queremos algo más
Que la bandera nacional a toda asta
Que una guerra perdida de antemano
Que el rugir de un AK-47 que en cada hijo te dio

Queremos algo más
Para llamarnos México
Para sentirnos mexicanos
Para aceptar que esta historia es nuestra
Que esta nación no ha dicho todavía su última palabra

Dar cuenta, desde lo ciudadano, de los estados de ánimo que zarandean a nuestro país, de los equívocos y carencias que padecemos y que nos han llevado a vivir como vivimos, a morir como morimos. Hay tanta brutalidad, tanta ceguera en torno nuestro, que la poesía apenas puede alzar su voz entre los gritos destemplados de víctimas y verdugos, entre los participantes al desfile de lo siniestro, al carnaval de lo macabro. Escribí estos poemas porque no acepto la normalidad de la violencia, la mascarada de la impunidad, el pretexto de la ignorancia. Los escribí para decir lo que pienso y lo que siento por ser un mexicano en una nación que se desmorona día con día, en un país donde la inequidad y la injusticia aumentan a pasos agigantados y con el permiso de los que más tienen. No quise que fuera un poemario político sino humano. Poemas civiles es mi manera de reclamar el derecho de decir lo que soy en medio de una calamidad de la que todos somos responsables, de un desastre que lleva nuestra firma, que porta nuestro rostro, que define nuestra cultura. Sin embargo, al final del poemario el tono de los textos fue cambiando. Los poemas que concluyen el libro se fueron llenando de luz, de vitalidad, de un cierto entusiasmo. El anhelo por no perder la esperanza se hizo más fuerte. Mis señalamientos de lo que huele podrido en México se transmutaron en una poesía que podía volver a respirar, a seguir adelante, a no caer en la espiral de la víctima doliente:

Somos el aliento de las cosas por llegar
De los seres por nacer

Un pozo de los deseos
Donde el tiempo se abre paso
Hasta la primera voz: hasta la última semilla

Esa estación donde el sol perdura en sus ofrendas
Esa edad que nos ofrece su gesto solidario

Su dádiva
Frente a la muerte
Que sonríe

Poemas civiles es un libro único entre los poemarios que he publicado en los últimos treinta años. No contiene secciones temáticas. Todos sus poemas son un solo discurso, un mismo texto. Pueden leerlo como se lee una casa con sus cuartos sombríos y sus habitaciones luminosas, con sus ventanas abiertas de par en par y sus sótanos plenos de tinieblas; un recinto donde las palabras sirven para curar nuestras heridas y el verso es “un acto de amor”, “un santuario abierto a quien lo necesite”. No sé ni me importa si va con las tendencias de moda de la poesía mexicana, tan conservadora, tan prudente para no exhibir lo que realmente piensa del mundo. Yo decidí decir lo que pienso, lo que siento, lo que me revuelve el estómago, lo que me afecta aquí y ahora. Mover las aguas para que el fango no se asiente. Llamar a las cosas por su nombre para que nadie me diga que viví este momento de la historia como un verdugo voluntario, como un testigo ausente. Para mí eso es la poesía: un documento de identidad, un texto público. Algo que vomitas para no ahogarte con tus ácidos. Algo que debes decir para no traicionar a las palabras que te pertenecen, al lenguaje que tienes bajo tu cuidado.