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Samuel Vásquez. Echar las cartas

samuel-vasquezSantiago Espinosa escribe sobre el más reciente libro del versátil antioqueño Samuel Vásquez, quien ejerce con éxito la música, las artes plásticas, el diseño, la dramaturgia, y por supuesto, la poesía.

 

 

“Echar las cartas”

Para un libro de Samuel Vásquez

 

Santiago Espinosa

Colección de pensamientos que han encontrado forma en el poema, arrinconados por una manada en la que no son del todo bienvenidos. El poema que se detiene entre las páginas para pensarse de vuelta. ¿Poesía o filosofía, ensayo? No importaría tanto lo que respondamos. Con este libro Samuel Vásquez nos arroja un lado oculto de lo que a veces asociamos con la poesía, sacándolo del concepto hacia la superficie, como una semilla oscura. Incluso nos revela algo distinto a lo que el título despierta entre nosotros, pues no son estos versos el azar de Mallarmé ni una defensa de la vida lúdica a lo Arreola o a Cortázar. Lo que está en juego es la capacidad de la inteligencia para responder, discernir, dejar grietas sobre el papel no necesariamente con sus experiencias sino con lo que puede estar después de ellas.

Santiago Espinosa
Santiago Espinosa

Hay en estas palabras una capacidad de afirmar que no siempre se encuentra en la poesía colombiana, como el relampagueo de una verdad. No una verdad absoluta sino "una verdad". El germen que queda cuando se ha retirado los adornos y las adherencias, el silencio de una escultura en la que vemos un paisaje a través de ella, quizás sea esto, como si arrojaremos al tiempo una sucesión de pedradas:

"No corremos huyendo ante el espanto de este país, sino que ya cargábamos adentro de nosotros un espanto anterior, más antiguo."
"No es tiempo de señalar. Es tiempo de borrar señales, cicatrices. Es tiempo de llenar de hierba los caminos, de restaurar el paisaje."
"No hay país, sólo noche."
"En la noche sin país los desaparecidos descansan mientras la hierba crece sin piedad en sus corazones."
"Me han hecho falta manos….
Manos para construir mi Babel más allá del cielo.
Manos para tus manos."

"Nunca llueve en el pasado."

"Ya sabes, los listos quieren manipular, además de todo, el silencio. Dicen “el que calla otorga”, y han hecho del silencio una tácita aprobación a sus actos."
"La hierba de la distancia crece sin control sobre mis recuerdos. Hierba es todo lo que me queda. Sobre estos pastizales no se levanta ni el más precario árbol, ni el más rudimentario albergue."

Para citar las que más que gustaron, o que más me dolieron. Pedradas misteriosas, no por el aire que las ronda sino por el vació que abren después, o que ya estaba. Afirmando la inteligencia o quizás desplazándola del todo para enfrentarnos con el equívoco. Esa lucidez oscura que se vive de vuelta cuando nosotros los lectores la sentimos. Me gusta cuando esas verdades están sueltas, sin brocados ni narraciones. Como piedras destiladas por el pensamiento donde cualquier aleación es cómplice. Y bien lo dice Samuel Vásquez en la primera parte:

Aquí, cada palabra es una piedra…
…Hay que dejar que pasen las palabras
y, desordenadas, dejen
sus huellas en el papel
Abrir un sendero con palabras
construir castillos de palabras
encender amores entre las palabras
y, si la historia no llega, mejor
sin historia no habrá relato, no habrá acción
no habrá presunción, no habrá empalago
no habrá maneras, no habrá estilo
no habrá traiciones, no habrá sangre
pero habrá palabras
habrá escritura

echar-las-cartasY sería hermoso pensar que estos fragmentos han sido rescatados, como los gritos de salud que anteceden el desastre, como una escritura de aforismos para los tiempos de guerra. Pero es cierto, escribir también es el acto de construir, los poetas construyen sobre el papel, en presente. Ya recordaba Vásquez en su ensayo sobre Édgar Negret que para un americano una pieza por sí sola no está lista, incluso en detrimento de la belleza y del silencio mismo, del poema. Que debemos articular donde los otros ven obras terminadas, acoplar, llámese la lengua con un espacio o la imagen con otras imágenes. Juntar nudos que antes no estaban en el mundo. Esta poesía también es una defensa de la obra, al margen de sus múltiples interpretaciones. El acto de construir con lo disperso, de escribir como quien busca un eco en otra parte.

Si en la primera parte del libro encontramos al Vásquez que arroja piedras o brocados para desocupar el espacio, tal como lo buscaba Oteiza, permitir que un silencio distinto construya otras relaciones a través de las páginas, en la segunda parte encuentro la soledad del que conversa con esas obras de arte, con los amigos poetas, el hombre que delimita las sombras que otros proyectan y que tanto me emociona en sus ensayos. Un tiempo que no por hilvanado es menos exilio, quizás sea eso también. Que habla con los poemas en el poema. La comunicación debe comenzar cuando recuperemos la atención, y para eso deben caer esquirlas contra la comodidad de la memoria. El otro requisito es la amistad entre el ojo y la lengua, ser capaces de comunicar lo que vemos o como lo dice en otro poema, saber esperar el encuentro, como si se tratara de un forastero.

Me gusta de este libro que no le teme a la inteligencia, o mejor, que no le teme a conjurarla inteligentemente. "El origen del pensamiento es un poema", decía Allain, Steiner hablaba de la "música del pensamiento", eso y nada más es lo que a veces buscamos cuando escribimos poesía, quizás ya lo dijera Montaigne en sus ensayos, el primer ejercicio de inventarse como persona a través de una escritura libre. También encuentro en Samuel muchas conversaciones tan nuestras que me hacen sentir algo del diálogo de una época, la soledad de los poetas cuando se reúnen, incluso detrás de los poemas más logrados y felices.

Sabemos que el juego está perdido, sin remedio, el éxito envilece y es criminal. "Fracasa otra vez, fracasa mejor", decía Beckett desde los márgenes, que ganen los que todavía creen en el progreso. Y es que ya no quedan muchos otros caminos para gritar como persona que perdiendo sobre algún tipo de arte, parece decirnos este libro. Rescatar en el lenguaje, si no el templo de Rilke -no es este el tiempo de los poetas mayores, lo recordaba Charles Simic-, al menos sí una distancia para contemplar lo que vivimos críticamente.

El intelectual, decía Jorge Gaitán Durán, carga la herida original de su conciencia. Y eso ha hecho Samuel Vásquez en sus ensayos, sus poemas, a lo largo de varias décadas de una vida dedicada a las artes: reclamar el derecho de no pertenecer, no jugar nuestro juego. Salvar una coherencia porque de otra manera no se puede mirar a los ojos. Así esto le implique incomodarnos sobre el papel, así esto le implique la soledad de no transigir nada con nadie.